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Las últimas horas de la tarde resbalan perezosamente abombadas por el agresivo empuje de la luz crepuscular y el vaho de la tierra caliente. La procelosa quietud de páramo que envuelve el solitario caserío y la presencia amenazante de densos nubarrones que van cubriendo el cielo con penachos de amatista y sílice, sugiere una noche interminablemente gélida y tal vez lluviosa.
La luna del creciente, pálida y distante se eleva sigilosamente por detrás del adusto campanario incesantemente sometido al bronco repujado del viento de la sabana, el interminable diálogo del sol con la sequía y el tiempo transcurrido desde que el curita del pueblo, cansado de arrastrar su pecado, le echó tranca al templo recientitamente construido y se fue sacudiendo la cabeza con el pensamiento puesto en Jeremías:” Tú has corrompido la tierra con tu perfidia y tu iniquidad”.
Un andrajoso centenario - así ya era considerado siglos ha - leyenda de memorias exaltadas - acostumbraba, al pie de la iglesia y en el entorno de esas horas náufragas, recrear con gestos de palurdo y lacrimosa recriminación, la crónica de aquellos ocho individuos que estimulados por razones misteriosas, pistola al cinto, ojos en sombras y un odio jamás conocido, protagonizaron la brutal matanza (iniquidad aceptada incomprensiblemente por la voluntad del Supremo) de aquel montoncito de corazones cándidos que habitaba el pueblo de Nuncamás.
Previo su taciturno discurso no había día en que no hubiese de arreglar pacientemente los maltratados papeles (con las crónicas, dícese apócrifas, del luctuoso suceso), esparcidos aquí y allá por las rachas de rastrojos embarullados que cruzaban la acera pedregosa y polvorienta en dirección al desierto.
Frente a la puerta desgonzada de la mancebía, de espaldas al anciano y paradas en formación estoica como pingüinos en vigilia ancestral, una aterida congregación de huesudas meretrices no desviaba la vista del poniente, convocadas por la esperanza cuando la ilusión toma cuerpo de certeza inútil. Inmóviles como cariátides de tiza y sal esgrimían el puño cerrado con gesto de férrea determinación. Habían estado pudriéndose ahí – no sus raíces que se tocaban en la profundidad de la tierra - vaya uno a saber desde cuándo, como espíritus que han tomado un cuerpo ajeno al cosmos, heroínas de su propia odisea; signo perdido cuya significación se ignorase de ex profeso.
Un aspecto consolador en el caos del tiempo, se especula por quienes consideran imperiosamente honorable enfrentar la bandera a las balas.
Echada sobre babor, una barca larga, estrecha y de escaso calado, asediada impunemente por gusanos y murciélagos, revelaba con estridente evidencia la existencia de un arroyo caudaloso que por esos lares discurrió alguna vez, entre remolinos y churretes de sangre inocente bajo el atractivo de lo pasado y la sugestión de un mundo despreocupado.
El anciano bajó la vista. A pocos metros del miserable estrado un alacrán se arrastraba penosamente entre los pedruscos.
Concientemente estimularon su memoria ciertos acontecimientos pretéritos. Maldijo con convicción, escupió lejos y extendió el brazo. “Con palabras no se forma más que un castillo de arena. La verdad es sólo una verdad a medias cuando no la clavetea la sinrazón.”
El animalito, fiel a su instinto le hincó el gancho infalible inoculándole la ponzoña que le devolvería al menos los espectros de quienes no habían podido pronunciar la oración de salvación que alejaría de una vez y para siempre, la mentira que dominaba el mundo e impedía se reconociesen los hermanos en la cerrazón del oscurantismo.
De intento el paisaje se tensó. Alguien con un banderín solferino señaló con ostentación el lugar exacto donde se hallaban enterrados los huesos del más pérfido de los ocho, aquél predestinado a la daga de un cobarde.
El director ordenó bajar las persianas tiznadas por el céfiro negro.
De sus ojos brotaba inquietud; del megáfono órdenes precisas.
Era su creación suprema, su poesía de verdades estimulantes, su fidelidad a las ideas, gesta de creyentes apasionados…
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LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
Octubre de 2011
Derechos reservados.

Texto agregado el 04-11-2011, y leído por 128 visitantes. (0 votos)


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