Un alarido sonó sobre los edificios más altos de la ciudad, un rugido animal que atravesaba los corazones de quienes lo escuchaban, rompiéndolos en mil pedazos y dejando sus cuerpos helados como témpanos de hielo.

¿El origen?

Más allá de la plaza, más allá de donde la gente con muecas desgarradoras se encogían de sufrimiento... Me encontraba yo, atrapado en una caída libre hacía lo más profundo de la desesperación.

Muchas veces es mejor no abrir los ojos, la realidad puede ser tan cruel que puede llegar a ser demasiado demoledora.

Y caí y me levanté y volví a caer y volví a levantarme, intentando cerrar los ojos de nuevo, pero era demasiado tarde y no estaba preparado. Agarrando con ambas manos mi cabeza grité, intentando expulsar todo lo que tenía dentro y no dejaba de quemarme, caí de rodillas pero ya no pude levantarme...

Lágrimas confundidas con la lluvia,
Llantos confundidos con gruñidos de animales
Ruidos devastadores surgidos del más absoluto silencio.

Allí estaba yo, cayendo y esperando recuperar la fuerza suficiente para cerrar los ojos y volver a levantarme.