Había pasado ya algún tiempo desde que ella dejó de visitarlo. Él, ya había abandonado cualquier esperanza de volver a verla. En realidad siempre intuyó que así sucedería, solo quedaba alguna prenda que en algún momento ella dejó olvidada. Por más que lo intentaba, no lograba olvidar aquel rostro, sus grandes y expresivos ojos, su boca, su cabello castaño, la forma en que se movía y camina a través del salón mientras entre risas le contaba anécdotas que le habían sucedido con algunos clientes del despacho de abogados en el que trabajaba. Era tan risueña y divertida, su voz llenaba de alegría y color todas las estancias de aquel hogar, que no había sido más que el hogar de la tristeza y la desilusión, hasta que ella llegó a su vida. Habiéndola visto tan feliz, él no lograba comprender por qué un día había dejado de volver.
Después de que ya no volviera, a menudo solía sentarse en aquel gran sillón del salón, frente al espejo alargado del rincón, ese espejo en el que ella se miraba siempre, continuamente. El mismo espejo frente al que se vestía y se desnudaba, en el que siempre se arreglaba el cabello antes de salir a la calle, el espejo en el que se pintaba los labios de rojo y se ponía colorete en los pómulos. El mismo espejo frente al que muchas veces habían bailado abrazados. Y él, a menudo, se sentaba frente a ese espejo y permanecía hora tras hora, recordando cada uno de esos instantes vividos junto a ella... y a veces, pensaba, que si hubiera alguna manera de rescatar aquellas imágenes, atravesaría el mismísimo infierno para ir a buscarlas. Pensaba en lo injusto que le parecía, no conservar ni siquiera una fotografía de ella, y sin embargo, aquel espejo se había apropiado de todas las imágenes que ella le había reflejado.
La idea de poseer las imágenes que el espejo le habia robado, empezó a obsesionarle, y un día, desarmó aquel espejo, buscando el lugar, los entresijos, en los que podían haberse quedado alojadas. Lo desprendió de su marco de madera gastada y lo despojó de la delgada lámina de cartón que cubría la parte trasera, luego, cuando ya no hubo nada más que descomponer, se dió cuenta de que el espejo no guardaba nada, tan solo le quedaba la fina capa de plata, y no ocultaba nada más que, el propio paso del tiempo en el que se habían reflejado aquellas imágenes. Entonces, decepcionado, volvió a recomponer el espejo para dejarlo tal cual había estado siempre. Pero una noche, despues de aquello, el espejo pareció hablarle. Él, presuroso se levantó y comtempló cómo una extraña y pequeña puerta, se había abierto en la parte trasera. Algo había allí dentro, y sin pensarlo ni un segundo, atravesó la pequeña puerta y se introdujo dentro del espejo. Una vez dentro, no daba crédito a lo que estaba viendo: Todas las imágenes que había estado buscando, estaban allí, en movimiento... las veía danzar, y pintarse los labios de color rojo, incluso escuchaba las risas que ella le dedicaba todos los días. Cada instante vivido, cada imagen de ella que aquel espejo había reflejado, estaban allí, en movimiento... vivas.
Durante días, permaneció allí dentro, no tenía valor a abandonar aquel lugar, temeroso de que aquella puerta se cerrase y nunca más volviese a abrirse. Y entonces decidió que aquel era el único lugar en el que realmente quería estar. Nunca más volvió a traspasar aquella puerta trasera del espejo que lo devolviese a casa. Nada volvería a privarlo de todas sus imágenes.
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