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Tenía por delante algunos días y varios kilómetros, los que me dieron espacio de pensar, de recordar lo que fue, y tratar de adivinar lo que será.

Diez años. Toda una vida, una generación después, nos sabemos cercanos pero dejamos que la casualidad, o los planes de los amigos en común nos junten. Antes de eso, ni una palabra, ese fue el acuerdo para no mancillar a base de conversaciones forzadas a distancia lo que alguna vez tuvimos, que aunque efímero lo sentíamos alejarse más por medio de las palabras; por ello el acuerdo fue cero comunicación.

La carretera se convirtió en un camino de ansiedad, de esperanza, y abrió las opciones para pensar en lo peor que pudiera pasar en el encuentro. Mi imaginación comenzó a convertirse en mi enemiga al traerme a la mente las posibles opciones más desafortunadas, pero el corazón comenzó a hincharme el pecho de felicidad anticipada; dentro de mí se libraba una batalla de expectativas.

Rota la barrera del espacio debia continuar con la más dificil: la del tiempo, ya que esa sólo se libra esperando, esperando sin hacer nada más que eso. Sabíamos que coincidiríamos en un lugar, así que solamente quedaba esperar a que al menos el primer encuentro fuera casual, los demás, como siempre, serían arrebatados.

Llegado el día las horas comenzaron a escurrir lenta y dolorosamente, como el aceite más vizcoso. Debí pensar en mi aspecto, qué ponerme, cómo peinarme; quería cuidar cada detalle, cada minúsculo detalle. Así que previne todo, el encaje por si la historia de amor continuaba, y la olla grande de café y piyama de franela por si no; todo podía pasar esa noche, todas las opciones estaban en la mesa.

Al llegar al bar donde estaría, supe que aún no llegaba, lo que comenzó a provocarme ansiedad, desesperación a tal grado de voltear a ver a cada persona que entraba, esperando que fuera él. Cuando llegó quien lo traería me anunció que estaba fumando un cigarrillo afuera, solamente estaba a unos metros pero no quise salir a su encuentro, opté por seguir esperando y tratar de sobrevivir a los minutos que goteaban más lento que las horas.

De pronto, escuché su risa, ya se aproximaba. Vi su sombra al acercarse y de pronto ya estaba ahí, en el umbral; todo él para mi vista, por lo pronto. Diez años fantaseando con su silueta y ahora ahí, a dos metros de mí, mirándome con una ligera sonrisa y yo con ganas de gritar, de correr, y el pecho a punto de explotar.

Y pensar que los últimos minutos fueron más largos que los diez años transcurridos, que la alegría de saber que ya estaba cerca fue más intensa que la de verlo, que el abrazo que imaginé fue más profundo que éste.

Pero nos queda la noche para terminar de reencontrarnos, aún tengo reservas de esperanza.




Texto agregado el 01-11-2011, y leído por 156 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-11-2011 Los reencuentros después de años transcurridos suelen ser decepcionantes porque los imaginamos mil veces en nuestras cabezas . Texto excelentemente escrito . autumn_cedar
 
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