Juana y Eva




Juana y Eva deciden cada una comprar por Internet unos productos que le daban mucha ilusión.
Juana, después de estudiarlo mucho, arguyendo que su novio se encontraba haciendo una travesía por el Océano Pacífico, y como no era su intención de satisfacer sus necesidades sexuales con otro hombre que no sea él, se compró un consolador eléctrico. Creía que no se había equivocado, ya que era fantasiosa y cuando llegase el instante de utilizarlo, crearía historias fantásticas y gozaría a plenitud, siempre ayudada del bendito aparato. Cuando la llamaron por teléfono comunicándole que pronto tendría su paquete, fue el día más feliz de su vida. Estaba inquieta, tal como una niña que espera cantar el feliz cumpleaños. Fue a su escritorio, se puso cómoda y con una sonrisa maliciosa, comenzó a escribir su primera historia erótica. Y así casi viviente, ponerla en práctica con su hermoso y enorme consolador, que ya venía en camino en un paquete bien hecho.
Por otro lado Eva había comprado un rosario a una empresa que antes de entregarlo al comprador, lo hacía bendecir por el santo papa de Roma. Eva al enterarse que el paquete venía en camino, fue a su cuarto se arrodilló y comenzó a orar a Jesús todo poderoso. Le hacía tanta ilusión rezar el rosario bendecido por el santo padre que cada instante sus hermosos ojos derramaban abundantes lágrimas.
El día sábado amaneció nublado en Barcelona, el encargado de repartir los paquetes de la empresa: “Pronto en tus manos” los cargó en la camioneta de reparto, luego encendió el motor y fue a la faena medio somnoliento. Al medio día había terminado de entregar casi la totalidad de la carga. Para su desgracia no se dio cuenta que cambio la entrega de paquetes, pues a Eva le dio el de Juana y el de ésta última, a Eva.
Juana no se encontraba en casa cuando le llevaron el paquete, fue su padre que lo recibió, entró en curiosidad de inmediato y sin pensarlo dos veces, lo abrió, como había pagado el reembolso, no le importó que su hija se molestase. En poco tiempo el paquete quedó destrozado, el padre de inmediato deshizo un pequeño envoltorio y se dio con un hermoso rosario. Cuando vino su hija, la beso y le dijo que estaba por el buen camino. Que rezar en estos tiempos tan convulsionados, en que se había perdido la fe, era muy bueno, porque demostraba que era una chica llena de virtudes espirituales. Eva, sorprendida, no entendía nada, pero como sabía que se trataba de una equivocación, decidió permanecer callada, solo se limito a seguir escuchando la larga homilía del padre.
Eva fue la que recibió el paquete en persona y como estaba sola en casa, fue a su dormitorio, delante de un Cristo se arrodilló y comenzó a orar. Luego con sana alegría, abrió el paquete y se encontró con el consolador. Se puso a pensar: ella no había pedido tal producto y si lo hubiese hecho media dormida, jamás habría podido pedir uno tan grande. Pero le dio las gracias al Cristo que la seguía con la mirada, donde ella se encontrase. Y dijo para si misma: se hizo el milagro, bautizaré al aparato con el nombre de padre Alberto y todas las noches disfrutaremos. Los milagros existen en esta época en que abundan los partidarios del agnosticismo.


Julio Santa Ana Eyzaguirre
Terrassa