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Era todo verde. Las aves trinaban alegres, el pasto fresco acurrucaba para sueños eternos, el cielo azul y el agua cristalina; todo eso era perfecto, era el mismísimo samsara. Y sabía mi corazón que aquéllo no eran más que ilusiones, pero no me importó. Sabía mi corazón que lo que amaba no existía, que, por lo tanto, mi amor era falso así como mi felicidad; pero no me importó. Porque la ilusión me permitía vivir somnoliento, sin alcanzar a sentir el dolor de la verdad. Estaba muerto en vida, y qué, si había nacido muerto, como un títere cuyo corazón había sido cosido y ahí lo tenía, pero jamás, no importa cuánto lo deseara, tendría vida. Y todo eso no me importó.
Estaba más allá del mundo de los hombres, lejos de la miseria, las tristeza, el dolor propio y ajeno. Me reía y jugaba a vivir como ellos, los hombres. Pero nunca me interesaron ni sus reglas ni sus deseos ni sus ansias y anhelos; sus luchas constantes por ser mejores o peores. Había nacido de carne, como ellos; tenía alma, como ellos; espíritu, como ellos, mas no me sentía como ellos, ni superior ni inferior. Simplemente puesto aquí. Pero qué fruta resiste la podredura de las otras en una misma caja, qué flor escapa de marchitarse en otoño. Y, ya sin darme cuenta, lloraba y gritaba y sentía ira y temía... como ellos.
Pero no aprendía a superar la vida. Me hundía en los remolinos, en las corrientes, mareas de las emociones. Y odié a esas criaturas que parloteaban sueños que nunca realizaban; que escupían a otros, que ayudaban para ser ayudados. Reglas, reglas y más reglas, eso eran. Me daban repulsión. Y sin embargo era tan o más humano que ellos. Algunos me ofrecieron su amor. Pero la mayoría me regalaban en torrentes la hipocresía. Los odiaba en la misma medida en que me atraían, pues no comprendía su simpleza y a veces fugaz complejidad.
Entonces traté de ser humano, con sus riquezas, sus placeres y pasiones. De todo esto me hastié. La carne daba una tranquilidad temporal, puesto que ella misma era temporal; las amistades crecían en favores y falsos lazos. Me decían "buscamos ser felices" y morían diciendo "buscamos ser felices". Generaciones completas buscando aquéllo. Y todo esto no me importaba. Sólo me reía, sin sentir la más mínima alegría. Contaban sus problemas, pedían consejo sabiendo las respuestas; confirmación, eso querían. Y, a pesar de todo, sólo valía en la medida en que esos seres existían. Yo, la vanagloria, no era más que ellos. Una proyección juzgada; la imagen en la pupila; la sombra del cuerpo; la oscuridad de la noche. Nada.

Texto agregado el 29-10-2011, y leído por 178 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-12-2011 La felicidad existe, lo malo es que no hay corazón dispuesto. Selomi
30-10-2011 me recurda la nausea de sartre, por el sentir, en algunos momentos. buen texto malhtt
29-10-2011 Te considerarás nada pero lo eres todo, es lo que tiene ser humano , esa dualidad que nos aisla y nos acerca a los demás , la individualidad del conjunto , la conjunción del individuo . Excelente texto . autumn_cedar
 
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