| Nunca se dónde colocar algunas emociones, que provocan sentimientos,  pero mi corazón si supo abrir canales a uno de ellos y que, por algún motivo,  lo guardo en mi memoria  para que el olvido no lo envíe por correo a un destinatario desconocido.
 La abundante y fluida sangre roja se abrió camino rompiendo mis venas, fluyendo por la nariz e invadiendo almohada, sabanas, cara, manos y todo cuanto me rodeaba. Mi garganta, mi boca podían apreciar el roce de los coágulos gelatinosos,tibios y dulzones. Una arcada los expulsaba como estertores de sabiduría, produciéndome ahogo y respiro a la misma vez que reclamaban vida.
 
 Los glóbulos rojos, como ejército de Atila, cabalgaban en caballos sin arneses de la misma manera que lo hicieran sus soldados a la puerta de la imperial y dominante Roma, salvándola y salvándonos del dominio asiático.
 Así de especializados son ellos: Taponaron las venas, avisaron a mis emociones, enviándome un e-mail,  que avisaba sobre el riesgo de ese  sentimiento, el mismo que ahora no se donde guardar.
 El e-mail  decía: Estás avisada, chica. Salvarte es cosa tuya.
 
 Minutos después el 112 me traslada a un hospital, donde controlaron el líquido rojo de la vida.
 De nuevo pude respirar tranquila.
 A esa manifestación de sentimiento yo la llamo sangre y respiro.
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