El barco se va acercando cada vez más. Mientras lo hace, se ve más grande y majestuoso. A la vez, se pueden admirar mejor sus detalles, la bandera: blanca en casi su totalidad, excepto por una cruz de color rojo en su centro. A lo lejos, otras dos naves similares pero más pequeñas. De las tres, la que lidera la flota se ha aproximado tanto que, afinando un poco la vista, se miran los tripulantes. Un hombre con un telescopio en mano gritando "¡tierra a la vista!", otros apresurados haciendo su propia labor, unos deben de ser cartógrafos descubriendo nuevo territorio, esbozando mapas de este y un solo hombre, elegante, dando instrucciones a uno y a otro.
Los aborígenes dejan de hacer lo que estaban haciendo y se arman con lanzas y piedras, otros decidieron defenderse con sus propias manos. Se ven algunos dirigiéndose a sus chozas, para ordenar a sus mujeres que no salgan de allí y se ocupen de cuidar a sus hijos. Por mientras, el barco avanza sin cesar. Hay indígenas saliendo del bosque hacia la costa, otros permanecieron en guardia de su lar. En este momento, la embarcación ya casi toca tierra firme.
- ¡Que costa más rica! - exclamó el capitán del barco, mismo que hace unos momentos daba las órdenes a todos.
- Cristóbal, ¿qué debemos hacer? - le pregunta algún tripulante. Él, un tanto enfadado por tener que repetir lo ya indicado, le respondió con su labor correspondiente.
En eso, el barco ancló; los visitantes se quitaron sus zapatos, extasiados por tocar tierra por primera vez en muchos meses y sintieron la arena abrazando sus pies. Caliente por el fuerte Sol y húmeda por el agua del mar.
De repente los dos grupos de gente intercambian miradas. Por vez primera se encuentran costarricenses y europeos...
Sebastián Monge
San José, C.R., 2011 |