No sé porqué, pero me gusta escribir y hablar de ti. Me intrigas desde mi más tierna edad. A los 5 o 6 años pensaba que cuando alguien se clava un cuchillo en el corazón, es porque quiere verte de cerca y saber qué se siente estar en tus brazos. Luego, a lo largo de mi vida nos miramos uno al otro varias veces, ¿recuerdas? (¡claro que lo recuerdas!). Y nos reímos uno del otro…

A veces –unas cinco– eran sonrisas coquetas y miradas cómplices, como cuando ya “sabes” que “alguien” te va a besar. ¡Y te mueres por que suceda! Y me río.

Otras seis veces he sido yo quien te ha retado. Me burlé de ti haciendo tu trabajo sucio y sufriendo cada día de mi vida por ello. Llanto ácido, amargo. Te desafié y las consecuencias fueron letales.

Otras diez veces era risa nerviosa, como cuando has estado conmigo en el quirófano, blandiendo tu escalpelo y acompañándome en viajes por el torrente sanguíneo o por el espacio interestelar, a lo largo de 5 o 6 dimensiones diferentes, que gracias a ti conozco.

Otras cien veces nos vimos llenos de misterio. Me enloquece y me excita ver tu mirada burdeos y argentina, o plata y escarlata, o bermellón y acero… me das miedo, ¡mucho miedo! pero es ese miedo que, de alguna forma se disfruta.

Es como una atracción fatal. Nos vimos en la coladera en la que caí de cabeza, en la silla de ruedas, donde me inyectaban adrenalina cada 5 minutos, en el pozo donde me hundí lentamente, en la alberca donde no floté, en los quirófanos, en el borde de metal que me cortó la frente, en la colina por la que me deslicé a toda velocidad, en la motocicleta rodando hacia abajo, en el volkswagen azul al que no me subí, en la calentura, en la sicosis, en el bactrim, en la diabetes. ¡Y duelen tus avisos! …Me tomas de la mano, me besas hasta no poder respirar...

Y luego me dejas.

Otras mil veces te has reído sin piedad. Te burlaste de mí, te llevaste piezas claves de mi mundo, tornándolo desolado e incompleto. ¡Me arrebataste de las manos mis tesoros! ¡Me los robaste! Esas veces no hay sonrisas, ni risas, ni muecas… esas veces te quiero aniquilar o que me aniquiles aunque caigamos juntos al abismo… Y he llorado, desconsolada.

Otras dos mil quinientas veces he pensado en ti, te he amado, ¡y otras cuatro mil setecientas te he odiado!

¿Qué vamos a hacer, si aunque no te quiera, te respiro en mi sábana, te como cada día, te toco a todas horas, te beso hasta dormirme y te abrazo en mis sueños más locos y arrebatados?

Mis pláticas con la muerte
A propósito del festejo en México de Día de Muertos
Hanal Pixán en maya
Octubre-Noviembre 2011.