Misera anima quae cadens in tenebras
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Hubo un día un caminante que no fue cauto en sus pasos y no fue sabio en sus rebeldes andares. No buscaba nada, pero encontró demasiado, mucho más de lo que le fue posible soportar.
En su camino encontró un sendero que no se encontraba en ningún mapa, debido a que su plan original era perderse, lo siguió, y fue hacia la ciudad Tenebrae, donde las rosas son de hielo y los lagos son de piedra, donde la luna no alumbra y las estrellas se esconden.
Lignum le dio una sonora bienvenida a la ciudad donde ni los muertos yacen en paz, Nocte se apresuró en vestirle correctamente para conocer a la reina de la ciudad. Lo llevaron al palacio de ónice y todos adentro danzaban y hacían malabares con fuego y revoloteaban entre espectros perdidos.
La reina se preparó para el ritual, donde se unirían en matrimonio fiel y eterno, pues al fin un hombre pisaba aquella tierra. La negra parca proporcionó los anillos de boda y fueron desposados por el Oráculo sombrío.
Ha! la fiesta de bodas fue magnífica, ella vestía piel de león blanco y resaltaba entre tanta negrura. El cielo amenizó la velada con nubes grises y vientos huracanados; la tierra les construyó una montaña donde pudieran bailar sin parar, mientras el día se rehusaba a llegar.
A el caminante le pareció divertida la fiesta, pero llegada la noche de bodas, siguió su camino y abandonó a su esposa en su lecho matrimonial. La Reina se ofendió en gran manera por ésta afrenta, su vergüenza era tal, que tapó su rostro y nunca jamás se dejó ver.
El siniestro padre de la ofendida novia, Señor de la oscuridad, persiguió al caminante y le intersectó en su camino, clavó en su corazón una espina de dolor y le prohibió el regreso a la ciudad. La espina hizo que amara a la reina y se arrepintiera de dejarla, lloró y lloró en soledad por la ausencia de su amada, que a su par se formó un río negro y caudaloso, Continuó su llanto hasta morir y el río se acrecentó en gran manera.
Ahora su alma navega en una balsa por el río, el río pasa por la ciudad perdida y saluda a su amada reina una vez por semana. Ella le regala una rosa cada vez que la visita. Cada rosa que le da, la arroja al río, para que un día, cuando la muerte llegue a la Reina, recoja sus rosas, se ame un vestido y se prepare para se segundo casamiento, uno en el que la muerte los une en vez de separarlos.
FIN |