Inicio / Cuenteros Locales / troya / 1984
El doctor observó indolente. El paciente no parpadeó. En esos ojos no había recriminación. Ni llanto silencioso ni angustia. Había determinación. Los separaba un vidrio espeso. Blindado. Insonoro. Arrastró sus dedos por entre los tecleados. No le hacía falta ver para distinguir cual era el que debía oprimir. El tiempo le dio ese poder. El tiempo y la eternidad de una vida de dolor. No dejaron de mirarse. Ni siquiera cuando el liquido que corría por entre los tubos que se inyectaban a ese cuerpo amarrado a esa estructura comenzaron a penetrarlo. Debía pero no quiso desviar la mirada. No ésta que seria la última vez. Volvieron sus dedos a apoyarse en el botón, repetidamente. Sobredosis. La primera peligrosa. La segunda comprometedora y la tercera letal.
Cuando sus piernas dejaron de temblar. Cuando sus parpados quedaron inmóviles y sus latidos dejaron de latir. Cuando de su boca entreabierta se escapaban ríos pequeños de sangre que caian hacia el suelo. Recien ahí volvió en sí mismo. El y los demás. Giro su cabeza al oír murmullos. Timidos que fueron incrementando. Allí estaban el resto. De blanco. Impecables. Las carpetas por el suelo. Las pantallas destrozadas. Los guardias decapitados. La alarma sonando.
Los miro uno por uno. La cabeza rapada. Esos números tatuados en los brazos. Igual al suyo. Volvio a mirar al doctor, todavía con esa mirada indolente, nublosa. Ahora no parecía tan sombrío ni aterrador pensó. Una sonrisa se formó en su cara. No más tortura se dijo.
Y dos balas en el pecho lo volvieron a matar.
|
Texto agregado el 27-10-2011, y leído por 173
visitantes. (4 votos)
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login
|