Desde los primeros años de la conquista, cundió en el pueblo una gran afición por los toros la fiesta clásica Española, los grandes acontecimientos como la entrada de los virreyes, las festividades de la corona y otros acontecimientos públicos eran celebrados con este espectáculo.
Antes de crearse la plaza de Acho, se dieron estas grandes fiestas taurinas en la plaza mayor de la ciudad, en ellas se reunía toda la pompa y boato de la regia aristocracia virreinal, aun nos seduce las lecturas de las viejas paginas en las que nos describen el Fausto y sensacional alarde de lujo y riqueza, que constituía en los días pasados las grandes tardes de toros del tiempo de la colonia, tenía en si toda la suntuosidad de la corte, la asistencia del virrey acompañado por un brillante sequito de gentiles hombres, cabalgando hermoso caballos, a su paso el pueblo se agolpaba para ver de cerca y dar vivas a la realeza Española, representada en la persona del señor virrey y auroleado por la belleza de las mas gentiles damas de nuestra cortesana villa, se lidiaban los toros bajo el estruendoso aplauso de las multitudes y la gracia y coquetería de las Limeñas, que premiaban el valor y la valentía del arrojado con sus más bellas y seductoras sonrisas, es desde entonces que se volcaría en tardes inolvidables en el ruedo; una de las primeras corridas se remonta hasta el Márquez de los Atavillos, que montado en briosa jaca mato a rejonazos con singular habilidad y maestría al segundo de la tarde, la última corrida celebrada en la plaza mayor fue en homenaje al virrey Pezuela en 1816.
La plaza de Acho fue construida durante el gobierno del galante virrey Manuel Amat y Junient en el año 1765 en los terrenos de Hacho, que con el correr del tiempo suprimió la primera letra la H; Hipólito Landaburu termino la construcción de esta plaza en 1768, estuvo en su época considerado de un espacio mayor al mejor redondel de España y podía admitir cómodamente 10,000 espectadores, con un polígono de 15 lados y con un diámetro que mide 85 varas castellanas, al principio solo se le dio licencia para 8 corridas al año, concesión que con el tiempo adquirió mayor amplitud, existió por esa época la función llamada “ de encierro” con la que terminaba la temporada en ella se lidiaban toros que no eran estoqueados, hasta 1845 las corridas se efectuaban los días lunes de modo que el pueblo disfrutaba de 2 días de inactividad domingo y lunes, esta orden fue dada por real cedula del 6 de octubre de 1798, por las quejas de la autoridad eclesiástica que decía que por celebrarse las corridas los domingos mucha gente dejaba de asistir a oír misa, todo ese tiempo solo hubo en Lima rejoneadores para ultimar a los toros, luego los adelantos del arte fueron transportados rápidamente a estas tierras, llego la escuela sevillana en oposición a la de ronda que era la que se utilizaba, con las estocadas del volapié y la invención de las banderillas que contribuyo a hacer mayor el entusiasmo del público, que amaba la fiesta taurina como suya.
Una de las costumbres a que dio lugar la afición a los toros, fue la impresión de listines escritos con gracia y singular donaire como la siguiente:
Una vieja maldita
Me ha asegurado
Que en su tiempo
Los toros eran muy bravos
Pero en el presente
Hasta los hombres
Son más pacientes
Durante la temporada del año 1770 empezaron a aparecer los listines con una octava o un par de decimas.
En los primeros tiempos en la plaza de Acho, las cuadrillas estaban integrados por matadores, rejoneadores y banderilleros, habían además 2 cacheteros, 2 garrocheros y 12 parlampanes, también habían 6 indios mojarreros que salían siempre borrachos, armados de rejoncillos o mojarras que punzaban al toro hasta matarlo; los garrocheros azuzaban al toro arrojando de cierta distancia flechas que se clavaban a los costados del animal, otra de las suertes que se llevaban a cabo se llamaba “la lanzada” que consistía en pararse un hombre frente al toro con una gruesa lanza que apoyaban en una tabla, el toro se precipitaba ciego de ira contra la lanza y caía traspasado, pero hubo ciertos casos en que el animal se burlaba de la lanza y acometía al hombre y le daba muerte, por eso se convirtió en costumbre que el encargado de esta suerte se persignase antes de salir al ruedo, el 22 de abril de 1792 se dio en Acho una corrida en beneficio de “las almas del purgatorio” el banderillero José Álvarez fue enviado hacia allá, al ser cogido de gravedad.
Luego evoluciono y gano en belleza y arte, como nos lo cuenta nuestro insigne tradicionalista don Ricardo Palma, también hubieron mujeres lidiadoras que pisaron el coso de Acho, entre ellas figura la célebre Juana Breña llamada la “marimacho”, Ismael Portal en uno de los capítulos de su libro “del pasado Limeño” describe una de las tardes de toros de esta forma “las damas se disputaban las galerías con vivo empeño para concurrir al ruedo, originándose en aquellos días inusitado movimiento de mil charoladas calesas y balancines por el viejo puente de montes claros, conduciendo a las bellas damas vestidas elegantemente con los ricos faldellines de lama de oro y plata, medias de seda de “carne” o “perla” con zapatos de raso llamados “mira que me caigo” y los magníficos e indispensables abanicos de carey o marfil con finos encajes y pinturas al oleo”.
Surgen ante nuestros ojos las más delicadas visiones de la antigua Lima y el ruedo de nuestra vieja y monumental plaza de toros, que a pesar de ya no ser el centro de nuestra emoción, todavía tiene grandiosidad en sus muros y graderías, por ella han pasado como en un fantástico desfile de figuras los más grandes de la historia taurina, dejando regueros de valor y arte que formaron las grandes esculturas vivientes, Joselito y Belmonte iconos cumbres de la torería de todos los tiempos.
El viejo y celebre coso de Acho de la Lima colonial, que aun hoy se halla erguido merced a su solida construcción, es necesario y urgente adoptar medidas que tiendan a conservarlo, resguardándolo de la fuerza implacable de los años, él es uno de los últimos vestigios que nos une sólidamente con nuestro heráldico pasado.
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