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		| En el desierto de mi soledad
 levanté morada y me albergué.
 Por años en solitario estado  habité,
 creyendo  ser feliz,
 intentando, de vez en cuando,
 cultivar la flor de amores furtivos,
 sedientos de compañía, pero de raíces cortas.
 La aridez de mi existencia
 no permitió que florecieran
 y sedientas de amor verdadero
 se marchitaron en el desierto de  mi indiferencia
 e irremediablemente murieron.
 
 El paraje lunar de mi alma
 se arrastraba hacia la frontera
 de la soledad que me acogía,
 pero en el rumbo que seguía
 con fidelidad clerical
 tropecé con una semilla
 de mirada camaleónica.
 Sin tener más que tiempo para perder
 me detuve y la tomé.
 En el huerto de mi pecho la plante,
 regué su presencia de caricias
 y aboné su núcleo de besos húmedos
 y con el calor de mi esperanza
 vi germinar en mi alma sorprendida
 un sentir ajeno a mi vitalidad.
 
 
 De pronto, mi desierto
 se transformó en vergel...
 flor de pétalos castaños
 y mirada de aromo en primavera,
 polinizaste de dicha mi soledad,
 conquistaste la resistencia
 de mi interior guerrilla,
 abanderaste de amor mi asta
 y regalaste el himno nacional
 a mi patria autista.
 
 
 Hoy nado en el oasis de tus mañanas
 y calmo mi sed en el manantial
 carnoso de bordes rojos que me saludan
 cada nuevo día.
 Hoy por ti soy agricultor
 de las flores que crecen
 en el hasta ayer desértico
 jardín de mi existencia.
 
 Cuando el sol muda
 el oscuro pijama de la cordillera
 por la falda iluminada del amanecer
 me siento vivo, revivido,
 rescatado del abismo
 de la autoflagelante soltería.
 
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Texto agregado el 24-10-2011, y leído por 102 
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