Parte 1
Cuando despertó el sireno se incorporó de inmediato. Giró la vista a uno y otro lado, la cueva submarina estaba alumbrada con un musgo fosforescente y el agua de mar que llenaba toda la cavidad era de una tibieza agradable. Pronto se dio cuenta que estaba solo. Nadó hasta lo que parecía una salida pero en realidad era el fondo de la cueva, muy bien alumbrada; las paredes estaban talladas a manera de anaqueles y dispuestas de frascos, conchas y piedras de diferentes colores, todo hacía entender que se trataba de un laboratorio. Una figura femenina decoraba el centro de la habitación, una bella sirena de edad madura y frondosa cabellera azul como sus profundos ojos. La hermosa sirena lo miró y le dijo:
—¡Por fin despertaste! y noto en tu expresión que estás algo confundido. Dime, ¿cuál es tu nombre? —le preguntó con una sonrisa maliciosa.
—Mi nombre es. Mi nombre es… —El sireno bajó la mirada tratando de buscar la respuesta— No lo sé, no lo recuerdo.
—¡Vaya...! Bueno, y ¿quién eres?, ¿de dónde vienes? —volvió a preguntar la sirena.
—Yo soy… yo soy… ¡Caray! Lo he olvidado.
La sirena soltó una carcajada que hizo balancear sus sensuales y firmes pechos, algo ocultos por sus azulados cabellos.
—Así es. Estás bajo uno de mis hechizos. No recordarás nada, pero todo volverá a ser como antes de este día cuando encuentres alguien como tú y te dé un beso de amor, en ese momento el destino de uno será el destino del otro. Ahora vete, aún tengo mucho qué hacer.
—Dime al menos cómo me llamo —suplicó el sireno.
—Yo tampoco lo sé, pero de ahora en más toma el nombre de Misireno. —La sirena volvió a reír, luego le dio la espalda, levantó el brazo y al sacudir la mano exclamó—: ¡Ya lárgate!
Misireno nadó hacia el otro extremo de la cueva hasta encontrar la salida. El fondo del mar era un desierto submarino. Al cabo de una hora el paisaje cobró vida con peces multicolores, algas, gusanos de mar, ostras, estrellas de mar, pero todo ello le era extraño porque no recordaba nada.
Al cabo de un año, Misireno recorrió el océano haciéndose amigo de ballenas, delfines, tiburones, anguilas, y hasta de una mantarraya a quien cariñosamente llamaba Mantita, un nombre ridículo que demostraba que el sireno no solo era amnésico sino también bastante inocente.
La vida del sireno era solitaria y algunas veces triste, solo la belleza de las profundidades del mar tenía el poder de alejar sus penas.
---------- oxo ----------
En una salvaje tormenta, el pequeño yate de un grupo de amigos había sucumbido. Las enormes olas no le habían dado tregua, sin piedad unas tras otras la habían golpeado hasta destrozarla. Los restos de la nave se sumergieron junto con sus tripulantes hacía el oscuro fondo del turbulento mar.
Un extraño cuerpo descendía hacía Misireno cuando desde el fondo miraba embelesado la agitación de la superficie. El sireno nadó a su encuentro a toda velocidad pues podría tratarse de algún pez amigo suyo. Cuando estuvo cerca, observó que parecía una sirena, pero al mismo tiempo no lo era pues su parte inferior en vez de ser una cola de pez estaba partida en dos extremidades. Ambos se miraron, pero ella abrió sus ojos y sorprendida empezó a nadar hacía arriba. Misireno no entendía nada pero igual la ayudó a llegar más deprisa a la superficie. Apenas ella sacó la cabeza tomó una bocanada de aire, pero una gran ola la empujó con fuerza hacía abajo. La joven volvió a luchar para llegar a la superficie. Misireno comprendió que ella parecía no pertenecer a su mundo submarino y la llevó lejos de la tormenta.
Ambos se detuvieron, cada cual flotando sus cabezas y mirando hacia donde el yate se había hundido. Ella empezó a llorar. Él seguía sin entender.
—Mis amigos han muerto —decía mientras lloraba—… y yo varada en el mar.
Las lágrimas brotaban de sus lastimeros ojos, cuyo color se transparentaban con el color del mar. Misireno trató de consolarla.
—Lo siento —le dijo—, sé lo que es perder un amigo.
—Fueron mis amigos desde la universidad. Jóvenes, cuyo futuro se ha ahogado junto con ellos en este maldito océano. —Ella vVolvió a llorar.
Nuevamente miraron en dirección de la tormenta, en silencio. Ella se quedó ensimismada recordando sus momentos alegres y tristes que vivió con ellos, en tanto Misireno por un momento observó su rubio cabello corto, su rostro bronceado, y sus ojos verde agua. La tristeza de ella le contagió, miró hacia donde la chica miraba y así se quedaron hasta que la lejana tempestad desapareciera.
---------- oxo ----------
—¿Cómo te llamas? —le preguntó ella.
—Misireno —contestó él.
—Un extraño nombre para un extraño hombre.
—Y tú, ¿cómo te llamas?
—Ariel.
—Un bello nombre para una bella… para una bella… ¿Qué eres tú? porque sirena no eres. —Ella se echó a reír.
—No bromees. Por supuesto que no soy una sirena, soy una mujer. Acaso tú eres una sirena. —Rió con una agradable risa femenina.
—Claro que no. Soy un sireno. —Ariel se carcajeó—. No bromeo mira –y dicho esto, Misireno se zambulló para mostrarle su cola de pez.
Ella no daba crédito a lo que vio. Inmediatamente le hizo una decena de preguntas, pero él no pudo responderle nada en concreto, ¿cómo podría si no recordaba nada de su vida más allá del último año?
Ariel desistió de sus preguntas para luego decirle.
—Debo llegar a tierra firme.
—¿Dónde es eso? —preguntó él.
Ya era muy tarde y el sol, ahora rojizo, se había hundido hasta la mitad en el horizonte. Ariel alzó recto su brazo derecho apuntando con el índice al cielo para luego dejarlo caer en dirección opuesta al sol.
—Es por allá.
—Ponte detrás de mí y aférrate a mi cuello que para allá iremos.
---------- oxo ----------
Durante el trayecto Ariel le contó su vida desde que nació, sobre su padre, sobre su madre, de que era hija única, de su infancia, de su tragicómica adolescencia, y por supuesto de la universidad. Misireno le habló de la cueva donde despertó, del laboratorio, de la sirena de cabellos y ojos azules, y de lo bien que bajaban y subían sus pechos cuando soltaba sus carcajadas. También le contó sobre sus amigos los peces, de las maravillas que hay en el fondo del mar, y por supuesto de Mantita, de lo cual Ariel no paró de reír por el nombre tan ridículo.
Cada cierto tiempo, durante el trayecto, hacían una parada (¡vamos! que el sireno no era un súper pez, él también se agotaba). Ariel, compadecida del esfuerzo de Misireno, cariñosamente masajeaba sus músculos para relajarlos y para que, de esta manera, recobrara mejor sus fuerzas. Este acercamiento corporal hizo que naciera un sentimiento que se fue afianzando con las historias personales que mutuamente se contaban.
---------- oxo ----------
Un día y medio les tomó acercarse a tierra firme. Era tiempo de despedirse, pero ambos se decían adiós, nos veremos algún día, hasta pronto, luego te veo, pero ni uno ni otro tomaban la iniciativa de separarse. Desde muy en el fondo de sus almas un cordón de plata los unía, sus corazones latían fuerte, el mundo se iba desintegrando, el mar desapareció, las nubes también, para cuando el cielo se había ido, ya sus ojos se habían ocultado y solo el contacto de sus labios daban cuenta que estaban vivos, vivos en su propio universo.
Luego ella abrió los ojos, le miró y le empujó para separarse de él. Le seguía mirando, pasmada, desconcertada, giró de un lado a otro, como perdida en un mundo extraño. Se alejó un poco más y señalándole con el dedo le preguntó:
—¿Quién eres?
La pregunta paralizó al sireno, y como en un veloz viaje hacía el pasado, Misireno recordó a su madre, a su padre y a su pequeña hermana. Recordó su infancia, su adolescencia, la banda musical donde tocaba guitarra. Recordó esos turbulentos años cuando buscaba su lugar en el mundo, sus peleas con su padre, el llanto de su madre cuando se despidió para irse a buscar aventuras en un barco mercante. Recordó a sus jóvenes amantes de cada puerto, el tesoro que encontró en el fondo del mar del Caribe. Recordó el barco que se compró para pescar cangrejos, y la vez que sacó a una sirena de edad madura atascada en la trampa de cangrejos, una sirena de frondosa cabellera azul como sus ojos. Recordó que se burlaba de cada una de las súplicas de la sirena para que la dejara irse al mar, y de cuando le dijo que se la llevaría para hacerse rico exhibiéndola en un acuario gigante. Luego se espantó al recordar cuando de pronto apareció una ballena tras un fuerte chillido de la sirena. Recordó el barco partido en dos, los gritos de sus pescadores, de la ballena que no paraba de arremeter. Recordó a la sirena de ojos azules que lo arrastraba hacia el fondo del mar sin que pudiera hacer nada. Por último, recordó nuevamente su niñez, cuando su madre le gritaba por su nombre para que fuera a comer…
—¡Miguel! Mi nombre es Miguel, ahora lo recuerdo. —Y se acercó a Ariel, la sujetó de sus delgados brazos y contento le dijo— me llamo Miguel, ¿no es maravilloso? Ya puedo recordar.
Pero inmediatamente ella se zafó.
—¡Suélteme, yo no le conozco!
—¿Qué te sucede? ¿Por qué dices que no me conoces?
Ariel no le dio oportunidad a oír más preguntas, se dio media vuelta y nadó hacia la orilla, cuando llegó intentó incorporarse pero no pudo, miró sus piernas, pero no estaban, solo vio una gran cola de pez, y de la impresión se desmayó.
Miguel observó que Ariel tenía dificultades y fue a reunirse con ella, cuando estaba cerca titubeó porque si se acercaba más quedaría varado como ella, pero luego pensó que podría nadar rápido hasta la orilla y esperaría una ola que se adentrara para regresar con ella. Y así lo hizo, nadó tan rápido como pudo, mas cuando estuvo sobre la arena sintió que su parte baja no era la misma, la miró y vio que tenía un par de piernas como las que recordaba antes del accidente del barco. También vio otra pequeña extremidad por debajo de su pelvis, que para esta altura de la historia es mejor no describirla.
Caminó hacia su amada, la acomodó sobre sus brazos. Ella seguía inconsciente en tanto él buscaba una respuesta a lo que pasaba; en eso, como una película en su pantalla mental, la sirena de cabellos azules, aquella sirena de la cueva le decía: «Estás bajo uno de mis hechizos. No recordarás nada, pero todo volverá a ser como antes de este día cuando encuentres alguien como tú y te dé un beso de amor, en ese momento el destino de uno será el destino del otro.» Entonces miró la cola de pez de su amada y comprendió que su anterior destino pasó a ser el destino de Ariel, ella sería en adelante una sirena sin memoria de su vida pasada, y que la forma humana de la joven pasó a su cuerpo para devolverlo a como él era antes del hechizo, un humano con los recuerdos de un joven ambicioso, mezquino, cruel y avaricioso.
Miguel lloró amargamente. El hechizo había desaparecido así como la más mínima esperanza de que estuvieran juntos. Ahora ambos pertenecían a mundos diferentes. Él, un humano cuyo amor lo había transformado en un hombre diferente. Ella, una sirena que había perdido la memoria y el amor por él. El mar, como entendiendo su dolor, produjo un canto triste con el rumor de sus olas. |