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Prometí no contar jamás la historia, por lo menos, eso decidí hace algunos años mientras dejaba atrás el antiguo barrio que daba origen a mi existencia… Y no por que quisiera olvidar como buen mexicano o como quizá dijese Jesús “Dejad que los muertos entierren a sus muertos”, pero creo que llegó por fin el día para contar mi secreto, este terrible secreto que aprisiona mis sentidos desde lo más profundo de mis entrañas. A diferencia de otras personas omitiré mi niñez, pues a quien le importará conocer si fui feliz o si acaso los reyes magos me trajeron algún juguete, en fin para mí, eso era algo que dolía, pero que a lo largo del tiempo lo catalogué como una gran tontería… Recuerdo, que desde pequeños, vivimos, por insistencia de mi padre de arrimados en casa de mi abuela, una señora provinciana, de costumbres muy cerradas y de un carácter demasiado conservador, casi casi castrante para un pequeño niño al cual apartaban de los demás por no ser moreno, tosco y de rasgos indígenas. Durante muchos años vivimos bajo su yugo, sus decisiones y hasta sus imposiciones. La única vez que salimos de esa casa fue para vivir alejados de ella unas cinco cuadras y aun así nos obligaban a visitarla casi a diario. ¡En verdad qué durante este tiempo fui bastante feliz!, Pude ser yo mismo, sin obedecer sus tontas reglas de comer una sola vez al día o de consumir muchas tortillas para llenarme… Fue en este tiempo que pude cursar mis estudios secundarios y entre un trato diferente, incomprensible e incómodo transcurría el tiempo.
Una mañana, como mis padres trabajaban, tuve que ir a comprar las tortillas, pero para variar, tuve que ir primero a casa de mi abuela a preguntar que si no se le ofrecía algo, a lo que de inmediato contestó molesta –no-, así, que, siguiendo mi camino rumbo a la tortillería, caminé, hasta que “alguien” de la familia, se ofreció a acompañarme. Durante todo el trayecto, corrimos, nos aventamos tierra y nos la pasamos jugando, tan jugando, que parte de esa tierra, cayó dentro de mi ropa, cosa que me comenzó a incomodar, así que le pedí a mi acompañante que fuéramos a mi casa para cambiarme. Al llegar, lo único que hice fue meterme al baño y sacudirme, sin darme cuenta que “él”, me espiaba a través de un orificio de la puerta. De pronto… ¡Zas!, La puerta cayó al piso y con ella él y su madre, quien insultante, comenzó a agredirme sin darme oportunidad a defenderme, argumentaba, que yo era un invertido, que ya se había dado cuenta de esto desde antes, que haría lo posible por destruirme… “Más sin embargo” Yo me moría de miedo, de pena, pues sabía que no había hecho nada malo.
¡Creo que a partir de ese día comenzó mi secreto!, ¿Seguramente se preguntaran cuál? Mi tía, llegó ante mi abuela, quien estaba ante “toda la bola de chismosos” de la familia, contó su versión de mi deshonra y la obligaron a callarse, pues como diría mi abuela: “La ropa sucia se lava en casa” y “son cuestiones solo de familia”. A mí solo se me permitía permanecer callado bajo amenaza de contárselo a mi padre para que me corrigiera (y lo hizo). Desde ese momento a cada instante se me condenó a vivir bajo el yugo del silencio soportando la brutalidad de la violación continua, pues, “que se puede esperar de alguien que es raro desde que nació”, además, “todo queda en familia”. Continuará…

Texto agregado el 23-10-2011, y leído por 130 visitantes. (0 votos)


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