Mis ojos han sido por años la represa que resiste estoica
las aguas del río Lagrimales que recorre mis adentros
transportando mis pesares, disolviendo entre sus fauces,
saladas y transparentes, los dolores que me atormentan,
no dejándolos expresarse, no permitiendo escurrir
su imagen líquida con la que se alimentan
las almas rapaces de los hombres infelices.
Pero durante este invierno las penas que alimentan
día a día su torrente han aumentado su cauce
como nunca antes recuerde.
La represa ya no soporta, se agrieta la pupila gruesa
y algunas gotas ya escurren asomando la catástrofe,
amenazando con arrastrar la fuerza que me caracteriza
haciéndome caer en llanto cual niño que se atemoriza.
Las penas no son mías, existen, me buscan
y yo las cojo todas, imán de malas vibras,
vertedero de dificultades que recibe hasta llenarse
la basura que me rodea, el estiércol del dolor
que otros defecan en sus penas,
y yo, como higiénico consuelo
consumo su estiércol y fertilizo mi drama.
Mas ya no más,
a la mierda el estiércol que otros excrementan.
Hoy me basta con el mío
y termino este desvarío
recomendando a los dolientes
que no busque a este recipiente,
recolector de mierda ajena,
pues renuncio a comer penas
para dedicarme a las propias
que han desbordado hoy día
el cauce de mis sentimientos
transformándose en tormentos
que podré sacar adelante
si dejo de hacerme cargo
de los problemas de otros.
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