¿Dónde andas Gürb? Quiero arrimarme a la extravagancia que tú no consideras tal, porque vives sumergido en una historia que corre dentro de la historia de la vida, y eso es lo bonito del cuento de vivir, que sirve para todos. Sirve para los que ganan, para los que pierden, para los que sufren, para los que anhelan, para los que mienten, para los que engordan, para los que comen, para los anoréxicos, para los ortoréxicos, para los tóxicos y así hasta el infinito con más y más -éxicos.
Mis primos no me miraban bien de pequeño,mi madre quería que fuera uno más en la familia y jugara al fútbol y al escondite con ellos. Pero no me querían a su lado y mi madre se hacía la desentendida. Así que me empujaba hacia ellos los domingos por la mañana al bajar al patio, porque la mafia siempre se apoderaba de nuestras vidas. En cada portal de la manzana vivía un primo, un matón. Se aseguraban de que no perteneciera a la panda de nadie. Eran los amos del barrio. Me pasaba todo el tiempo solo, sentado en el parque, haciendo caminos de arena para jugar a las chapas con mi amigo invisible. Luego los psiquiatras le pusieron nombre, ni pepito ni juanito, síndrome de Asperger. Yo lo dejé en Asper, como nombre de pila. Y mis primos al enterarse me preguntaban por mi amigo el Aspero. Eran todo amor en el fondo, pero eso lo descubrí con 11 años. El día que me quisieron atar a las vías del tren de cercanías y en el último momento decidieron salvarme la vida para no salpicarse la ropa de sangre. Al llegar a casa tendrían que dar explicaciones a sus madres y a la mía, y eran parcos en palabras. Deberían haber matado a toda la familia y eso era más sucio todavía.Y sobretodo,eran un poco haraganes.
Asper habría hecho buenas migas con Gürb, pero se fue hace tiempo. Mi amigo invisible se sentaba a mi lado, verborreico reflexionaba sobre la vida con metáforas a las que yo asentía. Mientras, mi madre al otro lado de la calle vislumbrando mi silueta, porque la de Asper no la veía, tras las estelas de los coches que se cruzaban pensaba en alto y gesticulaba frases del tipo "este hijo me va a matar un día". Y Asper me explicaba que son los demás los que se complican la vida, abriendo los paraguas cuando no llueve, para meter la varilla en el ojo ajeno. O bien, si lloviera o lloviese (mi querido pretérito) tratar de mojarte cuando pasas cerca de ellos al pisar, en ese preciso instante, un charco gigante que cubriera hasta las rodillas. Entonces sus comisuras se elevan a la par que la mandíbula inferior desciende para enseñar sus lustrosos o amarillentos dientes (con o sin sarro son los mismos incisivos). Esos son los detalles que les hacen sentir estar vivos, aplastar a un contrario cercano, inofensivo, esto último ignorado. Era genial mi único amigo, invisible, pero amigo.
Los profesores en la escuela por lo menos no me pegaban como mis primos, pero me castigaban con libros en sendas manos mirando a la pared. Decían que hablaba todo el tiempo con nadie. Eran unos desconsiderados, nunca saludaron a Asper. Hablaban diferente al psiquiatra, decían a mi madre algo de síndrome inquieto, pero eso lo debía tener mi abuelo, no yo, que el pobre viejo andaba todo el día con el baile de San Vito. Ese tal santo debió ser marchoso para su época y muy conocido.
No hagas la comunión, me decía Asper. Te venderás por souvenirs de los familiares. Aunque regalen con abnegación por someter ellos previamente o a posteriori a tus padres a tales suplicios, te comprarán igual. Y Asper siempre tenía razón. Me dejé llevar por el show, protagonista por un día con todos sus abalorios. Tuneros de Famarcia y sus clavelitos que huelen a vino de pitarra acompañado del remix de besos babosos y reconocimientos reiterados obsoletos de todos los que van acudiendo al rito de paso. Con bonitas fotos de un anhelado disfraz de marinerito. Nos hacían pagar una fortuna por un book en el que salían todos eso primos de la mafia, con ademán de perdonavidas. Con todo esto y más, nos adentrábamos en esa ostentosa fiesta sexista para empezar la laboriosa carrera de la separación discriminatoria de géneros. Aunque no confundíamos contenido y continente por mucho que en la escuela quisieran. Ya sabemos desde los albores del camino de vivir, que los cuerpos son diferentes; es fácil distinguir ya desde el carricoche (nunca me gustó esta palabra), si alguien viste de rosa o de azul. El de amarillo, era amigo de Gürb o de Asper, no hay duda, pero ese niño era feliz, su sonrisa de smile le delataba. Nunca me gustó el azul, siempre quise ir de verde y no es que Asper me asesorara en estas cosas. Asper llegó a mi vida después, por casualidad. Estaba yo un día en el parque, solo, como siempre y tiré el balón que me había regalado mi padre, otro personaje invisible pero éste curiosamente lo podía ver todo el mundo, para mí sin embargo era un gran desconocido. Entonces la pelota cruzó la calle y al ir a buscarla, estaba a los pies de mi amigo. Describirle no era fácil y de ahí su parecido con Gürb. Cuando apareció por primera vez era tal cual cantinflas en la película de La vuelta al mundo en ochenta días. Había visto la película hacía unos días, no estoy loco ya sé que todo era producto de mi imaginación. Por eso a veces Asper podía ser Supe Ratón, otras Mazinger Z, otras la calabaza ruperta, pero siempre era mi amigo y tenía boca. Nunca me gustó Spiderman. Algunos disfraces no le llegaban a encajar, pero yo, como amigo que era no se lo decía por no ofenderle. Compartía fondo de armario con Gürb, por eso pensé si él sabría dónde estaba Asper. Nunca fui a Barcelona así que no pude saberlo.
Mi madre se preocupaba por mi salud a ratos, otros momentos prefería pensar que no tenía hijo. Salimos de la quinta terapia a la que acudimos aquel año en el que quisieron endosarme otro nuevo amiguito. Un tal Tourette, abreviado ST que a mí no me decía gran cosa y además no era de fiar. El tipo tanteaba todo el tiempo la manera de inducirme el baile de San Vito como a mi abuelo, cosa que ya habían descartado y no era plan de recrearlo. Por otro lado, mi madre se empeñó en llevarme al psicoterapeuta porque decía que hablaba en sueños continuamente y hasta la vecina del segundo tenía ojeras de aguantar mis diálogos, que parecían ser magistrales por lo que me dijo la vecinita del quinto, que siempre me adoró. Aunque fue algo que sospechaba desde una postura telepática ya que ella era autista y nunca medió palabra alguna conmigo.
Y volviendo al hombre invisible. Curiosamente un día que Asper iba vestido de Hulk, regresó mi padre. Era inquieto, decía mi madre que en algo tenía que parecerme a él y que no entendía ella la cruz que le había caído. Aludía una y mil veces que su familia era de verdad, la de sus padres y primos, los mafiosos. Ten hijos para sufrir, decía una y otra vez, y en qué hora me fijé ese domingo de tinto de verano en un hombre taciturno (de significado desconocido para mi madre) al fondo del autobús, decía entre suspiros. Ese hombre era mi padre. Ellos vivieron su idilio los tres primeros meses como dicen los científicos que dura el enamoramiento. Mi padre tuvo que regresar a su provincia natal por unos trámites familiares. Nunca supe el oficio ni la provincia ni los familiares que abarcaban la misteriosa vida de mi padre, el caso es que no volvió en dos años. Y claro, yo ya había nacido. Falló el plan A de mi madre, que era yo, por lo que el plan B se inció sin ser más que un aderezo de múltiples reproches a la vuelta del hijo pródigo. Y a partir de ahí mi padre fue como una ola gigante que iba y venía, trastocaba todo lo que estaba cerca. Mis primos lo tomaban como al enemigo y cada vez que regresaba por enésima vez se encontraban al acecho, expectantes. Todos ellos a las órdenes del patriarca, que era mi abuelo materno, obvio. Mis primos eran sus tentáculos, pero desde el baile de San Vito era difícil seguir el ritmo a mi abuelo y no fue más que un obstáculo hasta el día de su muerte, cuando le encontraron en el baño con un revólver. Nunca sabremos si fue un suicidio o es que desde la ventana trataba de dar al panadero, que según él, envenenaba el pan de la vecindad. Después de su muerte, del panadero, que falleció a los pocos días de mi abuelo, por el susto sería, supimos que echaba matarratas a la levadura en polvo. Pero nadie murió de los que comíamos el pan, aunque supuestamente somos humanos, no ratas. Ratas como Jerry, Pixie y Dixie, el Ratón Pérez y otra vez Super Ratón...
Tal vez los padres no crean mucho en su simiente hasta que un día se iluminan al ver sus poyuelos hacer los mismos gestos que ellos. Así lo comprendió mi padre cuando descubrió que guardaba recortes de erratas en los periódicos, nada más que por guardar y comentar con Asper. Ese fue el motivo que impulsó a mi padre a quedarse con mi madre y conmigo y en cierto modo me alegró. El problema fue cuando desapareció Asper, tal vez marchó a Barcelona. El tal Tourette nunca se hizo visible y Gürb descubrí más tarde que era un personaje de una novela que yo no escribí. Pero algún día Asper tendrá voz, se lo comunicaré a los compañeros de la Real Academia para aprobarlo como amigo invisible en nuestro diccionario. |