Él creía que ser frontal era una virtud. Se sentía orgulloso de su honestidad y sinceridad para con los demás, hasta que se dio cuenta de que a la gente no le gustaba que le dijera la verdad. Descubrirlo le llevó tiempo y algunos disgustos. Se cuestionó durante años y sufrió decepciones de todo tipo.
Un día, un amigo le preguntó por qué no intentaba ser más político. Entonces empezó a mentir. Al principio solo un poco. Observaba las reacciones de los otros, y tratando de no ser hipócrita, decía la verdad pero en forma sutil. Los resultados fueron excelentes. Poco a poco se fue entusiasmando y decidió avanzar un poco más. Notó que la autoestima de muchos mejoraba gracias a él. De esa manera obtenía numerosas ventajas.
Pronto descubrió que todo el mundo lo apreciaba. Así fue cómo se acostumbró a adular a las personas. Decía únicamente aquello que deseaban escuchar.
Dejó de ser frontal hace mucho tiempo.
Hoy es un mitómano encantador y todos lo aman.