Descolgó el auricular y marcó lentamente, dejando que el disco del teléfono se deslizara hasta el final. Los golpeteos suaves y huecos que se dibujaban en la bocina se parecían mucho a las huellas rítmicas que deja a su paso un segundero en el aire...
- Hola, en este momento no estoy en casa –decía mecánicamente una voz de mujer- deje su número y le devolveré la llam...
Marco no dejó que la grabación concluyera su soliloquio. Lo interrumpió de manera violenta, frustrando la voz con un golpe del auricular.
Luego se acercó a la ventana que daba al patio interior.
Abajo a la izquierda, la entrada a los apartamentos. Al frente, el edificio de oficinas donde algunas siluetas hacían su rutina pantomímica de la tarde cobijadas por los telones metálicos. A la derecha, justo debajo de la valla de una reconocida marca de licor, la entrada al metro.
- Somos accidentes esperando suceder -repitió una voz suave y áspera en su garganta. Luego, como conjurado de repente, el eco de aquel estribillo resonó en su cabeza: “Somos accidentes esperando suceder”
Buscó instintivamente en su bolsillo; nada, hoy no había mentas. Entonces miró el interior de su chaqueta de cuero: Un papel doblado en cuatro. Lo extendió; una caligrafía irregular, al parecer nerviosa, destacaba en azul lo que sigue:
“Marco: en tu mundo cabe todo lo que dices y más. Te felicito, tienes metas claras. Pero debes equilibrar la razón y el corazón. Con el tiempo aprenderás...”
Tomó el bolígrafo que estaba junto al teléfono, y tachó la palabra “equilibrar”. En el espacio que había arriba de ella garrapateó “OLVIDAR”
Un golpe sordo lo distrajo. Dobló el papel, lo guardó y se dirigió de prisa a la puerta del apartamento.
- ¿Quién es?
No hubo respuesta.
- ¿Quién es?
Marco abrió. El corredor estaba desolado. Suspiró y se volvió a zambullir en la oscuridad de la sala. Nuevamente el impulso de llevarse las manos a los bolsillos del blue jean. Nada. “Nada –dijo la voz en su cabeza, en gesto incómodo- nada, hoy no hay mentas. ¿Qué no lo recuerdas? Somos accidentes esperando suceder”
- Cierto – dijo en voz alta, y tomó el auricular. Nuevamente dejó que el dedo, el disco y su voz se deslizaran...
- ¿Aló?
- Hola, ¿Mónica?
- Si, ¿Con quién?
- Hola, ¿Cómo estás? Hablas con Marco.
- Ah, que tal. ¿Cómo está?
- Bien. Oye...
- Ay, Marco, si viera. Lo que pasa es que no voy a poder ir...
La mano al bolsillo por tercera vez. Una ambulancia pasó despedida por la avenida, el chorro intermitente de luz rebotó en la cara de Marco.
- ¿Cómo dijiste?
- Es que no voy a poder ir hoy... Qué pena con usted.
- Ah, y yo que tenía algo importante que decirte...
- ¿Y no puede ser por teléfono?
- Pues, mira: La idea no era esa, pero...
Se hizo un silencio incómodo.
- ¿Sabes algo, Monica? Lo que pasa es que tú me...
- Ay, que pena con usted, tengo que colgar. Hablamos luego...
Un nuevo silencio. Luego, el espantoso hedor sonoro en la bocina: la conversación había muerto.
Por cuarta vez la mano en el bolsillo. Marco tragó saliva. Seguía con el auricular mudo en su mano izquierda.
Una voz le dijo: “¿Lo ves? No hay mentas, no hay cita, no hay amor, no hay luz, no hay razón, no hay nada...”
Marco se asomó a la ventana. La débil luz de las farolas de la calle bañó sus ojos, clavados en el papel que extraía nuevamente de su chaqueta. Escribió al final del párrafo azul las palabras: “A PERDER”.Luego miró la calle.
- Sí, somos accidentes esperando suceder.
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