Me escuchas, pues me paseo entre ti, entre tus voces, entre tu mirar. Me pierdo y me extiendo donde quiera que mires, hasta que de tanto mirar me vuelvo eterno y mi origen se mantiene un secreto. En juegos que me entretienen envejezco sin fin mi tiempo, mientras muevo de aquí para allá las hojas del antiguo roble. Subo, porque el infinito me empalaga, y giro pues cuan adrenalina los minúsculos reveces que flotan por mi me vibran en el estómago, y volamos en el profuso palpitar de mis suspiros. Conmigo viven y viajan, pueblan de historias diversas las cúpulas de las montañas más altas, desde donde se encaraman en todo su apogeo impotente a reanudar sus intereses de ser otra vez hacia todo. Me zambullo en el perfume de la piel de mujer para distribuir su antonomasia hasta los mas recónditos laureles del universo y sin comparación reina su delicada fragancia. Me baño en la arena y el calor desafiante de los desiertos donde la vida fluye en pelea constante, y levanto los granos que ciegan el sol de su destino y turno a noche los rayos desplazados. Abalanzo en dos alas finas a un colibrí en alabo a la delicadeza de mi poder, y permito a la naturaleza tomar sus fotos, para que al desvalorarse se acuerde del pasado mejor, como comentarán los viejos. Pero no me hagas enojar, no permitas que tu hambrienta arrogancia y obsession de poder se coma tu futuro y te levante, te de vueltas, te mezcle, te triture, y te reconstruya a mi manera, porque mi convocatoria destrozaría tu equilibrio, si es que tu primero atacas el mío.