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Estoy cargando combustible en una estación de servicio, una chica joven, desgarbada, de pelo corto y mirada chispeante se me acerca mascando chicle. Me grita a la cara sin disimulo.

- ¡Eh! ¡doc! ¿Que pasa, ya no me saluda?

Al principio no la reconozco, parece diez años mayor desde que la trataba, casi niña, hace ya cinco años. Luego la recuerdo. No solo los años han pasado por esa cabeza, por ese fatigado cuerpo de adolescente.

- ¡Cinthia!, ¿Como te va? ¿Seguís yendo al hospital?

- Na, desde que usted no trabaja ahí me aburro, con usted podía hablar, ahora me meten pastillas para que me calle esta boca -y reventaba un globo de chicle-.

- Mal que hacés, deberías controlarte, al menos para dejar de consumir. Porque seguís consumiendo cosas raras, ¿no?

- Se sonroja levemente y sonríe. Na, ya no tanto doc, me hacen olvidar las cosas, no hay mucho para recordar tampoco.

Sin embargo yo sigo recordando. Primera vez en consulta, catorce años, traída por la madre, la cual arrastraba agobiada mas problemas de los que se supone nadie humanamente pudiera sostener. Un hermano de seis años muerto de un balazo de proyectil de nueve milímetros, mientras jugaba con un vecino. Olor a humo de pasta base, moretones y cortadas de hoja de afeitar en ambos antebrazos, rodillas rasguñadas. “Inmanejable” repetía en letanía la madre.

Fue internada varias veces. En todas se escapó.

La chica hacía autostop a los camiones y terminaba en Mar del Plata, Salta, Neuquén. Llamábamos a diferentes seccionales, averiguación de paradero, informes al juzgado. Rutina de protocolo repetida, cercana a una sensación de futilidad.

Volvía invariablemente al hospital, contra su voluntad, a los quince días, al mes, en general más delgada y perdida que de costumbre, pero en la mirada permanecía oculto cierto brillo, al que aprendía a encontrarlo.

Me la traía de sus odiseas la madre, nuevamente y por enésima vez, y la muchacha me contaba, confidente: -Esta vez conocí las cataratas, mucha agua doc, ¿no?

Ocultaba los maltratos de algunos camioneros, de oportunistas y explotadores, los días sin comer, la mendicidad, las huidas. Sólo contaba las cosas que para ella eran dignas de contarse.

De cada ausencia volvía con el cuerpo más gastado, el rostro más demacrado, la piel marchita, pero conservaba la mirada desafiante, decidida e inquieta.

Una vez me contestó, al yo preguntarle de que huía. -No doc, yo no huyo, mire: La vida es un viaje, cada uno lo recorre como mejor puede, yo tengo este chasis, ¿vio?, y me enseñaba ufana las insinuaciones curvadas de su cuerpo preadolescente, el motor a lo mejor no es tan bueno como el suyo, - y señalaba sonriendo, llevándose el dedo índice a la sien mientras ensayaba una sonrisa cómplice- pero igual me gusta viajar. -Como dicen, a mi cualquier bondi me deja bien.

Nunca me convenció ningún diagnóstico para Cinthia, de esos que figuran en los manuales con sus códigos y números, prolijos y asépticos. Lo más evidente de su “patología” era el caos familiar donde le había tocado crecer. Pero eso no entra en ningún manual. Los síntomas, si así cabía llamarlos, eran directos corolarios de la vida que le había tocado vivir.

En otro momento me comentó, como al pasar, observando hacia el jardín, por la ventana del consultorio, de soslayo, para no mirarme de frente:

-Mi vieja me pidió más de una vez que labure, -¿Me entiende? -De eso, si, en la calle, para llevar la guita a la casa. -Pero que siga participando, por mí que labure ella, a mi me gusta viajar. Y luego me devolvía la mirada, desafiante, sosteniéndola con sus ojos, ufanos también, con esa chispa gastada, pero que nunca se agotaba.

La observo ahora, en la gasolinera, parada frente a mí, sin ningún tipo de equipaje visible. …Despojada. Es la primera palabra que se me ocurre, y que luego me reprocho cavilando: ¿Y vos quien te creés doc?¿Qué pasaje tenés comprado?¿Quién te dijo que tu travesía es más importante, o más digna que la de ella?

Me quedo parado inmóvil, un par de segundos, mirando por detrás de su hombro.

La saludo con un ademán -Cuidate muchacha, ¿a dónde vas ahora? - Ya veré doc, donde pinte, está por llover, mejor me apuro, y se dirigió a encarar a un camionero que terminaba de cargar gasoil. Suena un trueno en la distancia.

–¡La vida es un viaje!, ¿Eh? Alcanzo a gritarle, mientras las primeras gotas, enormes, hacen saltar el polvo del suelo.

–¡Eso doc, un viaje! Maneje con cuidado, ¿ha?

Y se alejó con paso decidido hacia donde el viento la llevara.

Texto agregado el 18-10-2011, y leído por 164 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
20-10-2011 Excelente relato. Una historia dura, muy bien contada. Me encantó el final, simplemente no le cabe otro. Mis***** Beticita
19-10-2011 ¡Muy buen relato! Es la vida misma que pasa por la calle, a veces las cosas no se pueden torcer, no somos dueños de lo que eligieron o les toca vivir, me gustó mucho como está contado.***** silvimar-
19-10-2011 Sus renglones son surcos donde crece el buen decir y la literatura discurre fluida como agua de lluvia. Me gustó la forma sencilla de narrar la historia. Para mi gusto el remate hubiera sido otro: el doctor se mantiene asépticamente, espectador, sin involucrarse, como aquel famoso fotógrafo que retrató al niño famélico mientras un buitre espera devorarlo. Pero, conste, es solo la impresión de alguien, yo, que pasa por la calle mientras usted carga combustible. 5* YATAGAN
19-10-2011 me gustó mucho este personaje, visto desde afuera y lejos de los reproches. celiaalviarez
 
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