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Hace un buen tiempo, mientras me dirigía al paradero para irme a casa, justo entre la calle 33 y la sexta avenida frente a Macy's, en pleno Manhattan, alcancé a ver, a traves del cristal del concurrido cafetín Metro, a Justina, aquella enanita que vino sentada a mi lado en el mismo vuelo de avión, en el trayecto de Lima al aeropuerto J.F.Kenedy hace una década atrás. Era la misma que durante las siete horas de vuelo no hizo mas que contarme, sin parar, la forma en que el destino le había dado el prodigio de ser "reducida en tamaño y carnes pero portentosa en grandes ideas, esa soy yo, Justina la Enana, señor”.
El día en que la volví a ver, no estaba sola, sino bien acompañada de un personaje tan pequeño como ella. Mientras hablaba animadamente, los ojos de su acompañante estaban eclipsados en Justina, sin que le importara en absoluto el entorno de los demás comensales. Durante esos preciados minutos de película, el embelezado Vivianito, -con el tiempo llegué a saber su nombre- nunca dejaba de balancear nerviosamente sus reducidas piernitas, por debajo de la mesa. Al inicio, los ví muy cercanos uno del otro, faltaba poquito para que se rozaran las narices; también sus labios-cual pucheritos de bebés-, parecían que estaban a punto de fundirse en un inocente beso de infantes, pero algo pasó en ese instante. El mesero los interrumpio abruptamente, colocando una charola sobre la mesa, con las tazas de café y empanadas.
-!Que pena!,-me dije, sonriendo frente a tan simpático escenario.
Sentado en el tren, durante el trayecto a mi casa hacia New Jersey, iba pensando en la pareja. Era la primera vez que presenciaba un encuentro romántico entre dos seres así. Confirmé, como nunca, aquello que se dice del amor. Nace y crece en todos lados y en el momento menos pensado. Pero tambien –reflexioné-, puede desaparecer como una pompa de jabon.
Pasaron los dias de aquella escena que ya casi la tenía sepultada en el olvido. Creí que dejaría de ver a Justina, pero la casualidad de este vertiginoso destino, hizo que me la viniera a encontrar, nuevamente, en mi trabajo. Me sorprendió verla con un vestido amarillo tan brillante como un sol, tacones tan punteagudos como la espina de un pescado, y colonia tan suave como la de un bebé. La tenía en mi lista de postulantes. Era candidata, junto a otras cien personas, para trabajar como recepcionista del Ritz, hotel cinco estrellas, imponente como un faro, frente al mismo Central Park. Durante la entrevista se mostró suelta, espontánea, ingeniosa. Respondía con "altura" a cada pregunta capciosa que le planteaba. Su capacidad de tolerancia me dió la certeza que era la persona indicada para el puesto.
-Empezarás el lunes. Nidia te entrenará, luego, podrás hacerlo sola.
-Gracias Genaro, quién lo diría, !venirte a encontrar aquí!.
Hizo un trabajo excelente. Atendía con todo interés a los huéspedes, estaba pendiente de lo que pedían, tenía una paciencia infinita para contentarlos con cada cosa que pedían, incluyendo regalitos y ramilletes de flores especiales que solo a ella se le ocurría ordenar poner en sus habitaciones. Su presencia nos iluminaba; mucho más todavía sus acrisolados vestidos que solía ponerse a diario, como si asistiera a una opera. La gracia y jocosidad que ella transmitía a toda hora, le daba una pincelada de colorido a las semanas, inclulyendo a los sombrios dias invernales. Lo único que no me gustaba era encontrármela en el camino o en cualquier otro sitio que no fuera detrás de su escritorio, por el esfuerzo que hacía de agacharme para saludarla con un beso. Soy muy alto, y cada vez que lo hacía, sentía que la espalda me crujía como una galleta. Prefería verla detrás de la recepción en donde tenía un asiento especial de madera, mas alto de lo normal. Nadie advertía que detrás de ese mostrador, estaba una personita cuyos piecesitos de muñeca, no llegaban ni al suelo.
Al llamarla un viernes por el anexo para que se reportara a mi oficina, nadie me contestó. La requería con urgencia para coordinar los cambios que habiamos hecho los gerentes y que debían de ejecutarse ese mismo día. Se le aumentaría el sueldo y, por supuesto, de categoria, por las responsabilidades que ella debería asumir sobre sus hombros. Estaba seguro que lo lograría y quería sorprenderla con esta magnífica noticia. Me dió coraje que no me contestara. Supuse que estaba en los servicios, acicalándose ante el espejo, más del tiempo necesario.
-Don Genaro le informo que Justina no ha venido porque está en el hospital Saint Michail. !Apenas podía hablar, la pobrecita!.
Esa misma tarde me fui a toda prisa al hospital. Horas antes, sus compañeros lo habían hecho, invadiendo su cuarto para llenarla de cariño, de flores, de juguetes, hasta de los cosmeticos que a ella tanto le gustaba. La habían engreído hasta el cansancio.
-Asi, da gusto estar en cama, -decía con voz debiliada-.
Apenas se fueron sus compañeros, le pedí que me contara lo que realmente le había sucedido. La conocía muy bien; sabía por la miradita que transmitía, que algo no estaba llendo bien con ella.
En tono penoso y adolorido me dijo que su esposo Vivianito, el jóven del cafetín que llegué a conocer de casualidad, le había hecho una escena de celos, creyendo que ella y yo, estábamos viviendo un idilio oculto.
-¿Porqué supone semejante historia?.
-El me dijo que muchas veces estuvo merodiando el hotel. Viviano me increpó enérgicamente “hay mucho interés de tu parte en verte muy arregladita, con trajes brillosos, bien maquilladita, seguramente para gustar a ese otro que para contigo todo el día”.
-Encima dijo que soy muy coqueta, que siempre estoy con buen humor y "eso por algo será". Tontamente piensa que tu tienes interés en mi persona porque siempre coincidió que miraba de lejos cuando te inclinabas para saludarme con un beso. En un arranque de furia, me rayó los muslos con algo filudo, como si estuviera escarvando la tierra. Me gritó con rabia "no volveras a caminar nunca mas, enana del cuerno". En ese preciso instante, el chico del delivery asomó a mi puerta para tocarla con insistencia. Quería despachar de una vez el pedido de pizza caliente que habíamos ordenado una media hora antes que se pusiera furioso. Lamentablemente, el muchacho llegó cuando Viviano ya me había proferido algunos cortes que me tumbaron al suelo de dolor. Mientras Viviano recibía el pedido y pagaba al muchachito , aproveché para salir a rastras por la puerta trasera. Inmediatamente, los vecinos me ayudaron a trasladarme a este hospital, luego de llamar alarmados a la policía.
Durante los dias en que Justina se reponía de las heridas, hizo tres cosas que cambiaron el giro de su vida. Primero, se divorcio; había sido maltratada en su dignidad por el hombre que ella creyó que la quería, no podia tolerar que le pusiera la mano encima, además, el celo enfermizo de Vivianito era como una carie profunda muy difícil de sanar. Su opción era, o romper su relación civilizadamente, o mantenerla por el resto de sus dias. Optó, sabiamente por lo primero.
Segundo, exigió a la justicia que su ex esposo la compensara con miles de dolares por semejante agresión. No solo fué suficiente el divorcio, que por sí solo era un pequeño fracaso en su vida. ¿No tenía acaso el derecho de sentirse compensada por el tremendo daño sufrido?. Su dignidad no tenía precio en el plano moral, pero en el plano de la vida real, ella necetaba castigar a Vivianito económicamente. Necesitaba con urgencia, llenar su alicaída cuenta de banco.
Tercero, cuando ya estuvo mas repuesta de su dolor, sin esperar mas tiempo, decidió comprar buen número de las acciones del Ritz, quedando como socia mayoritaria. Propiamente, no sería el dinero, unicamente, lo que compensaría sus dias amargos. Justina necesita sumergirse en una actividad hotelera para sentir que la vida seguía siendo una delicia. El día que ejerció su nueva actividad frente al hotel, se empezó a sentir como un pez en el agua, confirmando la certeza de su frase favorita "soy reducida en tamaño y carnes pero portentosa en grandes ideas, soy Justina la Enana a mucha honra".
Decidió llevar adelante los cambios que estuvieron a punto de realizarse el día en que ella faltó. Hubo una renovacion completa del hotel que fué recibida con mucho agrado por los huespedes y el personal en general. Naturalmente, se conducía como dueña, ejerciendo sus actividades "como gente grande", en la oficina principal.
En cuanto a mí, que fui su jefe, me convertí en su brazo derecho en el manejo de ese y de otros Ritz que fueron abiertos en los alrededores del Central Park.
Quién diría que la enana aquella, la habladora del avión, la romántica del cafetín, la de los llamativos vestidos dorados, la que lucía su coqueteria con donaire sin amilanarse ante nada, tendría la fortaleza de un león y la grandeza de un cielo. A pesar de sus logros, sus piernitas siempre le seguían bailando al aire cuando estaba sentada, ya no en una silla de madera, sino en un elegante sillón de cuero, que sostenia con gracia, su pequena humanidad. !Ella era Justina la Enana, a mucha honra señores!.

Texto agregado el 18-10-2011, y leído por 429 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
18-02-2012 Bien.. Maravillosa narración. Llena de ternura, de superación, de lealtad, en fin. un gusto leer tus cuentos. Saludos y felicitaciones***** pithusa
14-02-2012 Qué relato tan dulce y bien narrado!!! Hace tiempo que no nos contactábamos y leerte me encantó realmente. Te mando un cariño enorme y voy a leer algunos de tus anteriores cuentos ya que son muy entretenidos. ***** MujerDiosa
12-02-2012 MUY BUEN TEXTO, BIEN NARRADO Y QUE DEMUESTRA QUE MANEJAS ESTE GENERO A LA PERFECCIÒN, UN PLACER HABERTE LEIDO Y TE SEGUIRÈ LEYENDO PUES HAY MADERA Y DE LA BUENA, ABRAZOS DESDE CALI, COLOMBIA, PEDRO NELSONMORE
07-02-2012 Todos tus textos son demasiado hermosos. Este en particular me ha llenado de orgullo al pensar en ese valioso ser que tan bien describes.Así una puede darse cuenta que no vale la presencia,sino que hay algo dentro de cada ser que vale mucho más******* Te felicito Victoria 6236013
06-02-2012 Que padre historia, me gustó. Pude ver a esa gran mujer. Saludos. Azel
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