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Caminamos con nostalgia por entre las piedras que rodean el lago. En silencio, los pies raspan el suelo, el viento acaricia el pelo, llena de aire los oídos. Observamos, nos dejamos comer los ojos por esas montañas de roca blanca, por esas casas que son parte de la escena, mientras buscamos un lugar para sentarnos, descansar. Vida del sur, paz de la tierra. Y esa calma ni inquietante ni tormentosa, diferente a todo lo que alguna vez probamos y no supimos comprender. El viento en aumento molesta la vista con una lágrima escueta que borronea el paisaje. Le digo, ahí Caro, frenemos ahí. Me escucha, se convence, me toma la mano, avanza unos metros y hace de guía, yo la persigo entre pasos estirados.

Un muelle de madera que deja la tierra,
incursiona en el agua helada, nos lleva al norte.


Entonces nos sentamos. Te miro y sonreís pero, no hablas. Tranquila, paz del eterno entorno. Te dejo con tus pensamientos, me recuesto hacia atrás, las manos comprimen mi cabeza, cielo limpio de pecado. Pienso en el muelle, en las personas que habrán transitado por acá acompañadas de un evento, de una acción, de una historia. El pescador en las primeras horas de la mañana, que al alba se habrá despertado para conseguir un pez ideal y así alimentar un poco su orgullo luego de tanto esfuerzo, también, algún aventurero que animó a nadar, mientras que el frío se filtraba hasta los huesos, poniendo a prueba su capacidad física. Aire fresco, llena los pulmones de verdad, salud por este momento. Los dos en el muelle. Qué pasa. Qué pesa. Las historias que siento al verte. El muelle también habrá provocado esto, habrá invitado a dos personas, tal vez enamoradas, a que se sienten en este final firme de maderas, (como ahora lo hacemos nosotros) en lo último que no nos hace caer y como almas nos deja caminar sobre el agua. Habrán sido dos los que en el borde, habrán movido sus pies formando círculos, mirando sus reflejos (se miran como espejos). Besos en la boca. Te quiero y que belleza. Y habrán vuelto los ojos al paisaje, al sitio donde cualquier inmortal elegiría dejar la vida. Habrán pensado un rato, seguro hablando para que la boca y sus palabras pudieran disfrutar de todo este Sur, se habrán confesado historias que en lugares normales nunca hubieran dicho y luego habrán recapacitado. Entonces, yo ahora te miro a vos. Me imagino esa situación de parejas que habrán recorrido este lugar. Manos agarradas que se balancean y dan conformidad a pasar un rato en estos lugares increíbles, donde Dios hizo un guiño y dijo "de nada".

Estas pensando. Siempre estas pensando. Y siempre me pregunto en qué estará pensando. Pero nunca me decís en que pensas. Simplemente pienso en nada. Por eso me intereso. Y me meto virtualmente en tu cabeza, intento llegar a lo más profundo para comprender tu silencio. El cielo como un posible escape vertical, la montaña como muro natural, el agua espacio infinito. Siempre claustrofóbica, todo es tan dimensionado y sin embargo te aprieta el pecho, te falta el aire, te sube la presión. Mirá a donde estamos. No te puede faltar nada. Y sin embargo te falta. Queres siempre un poco más de libertad. Tus ojos se ponen rojos, próximos al llanto. Puede ser el frío o una pestaña intrépida o la falta de aire o un recuerdo. Pero preguntarte que pasa es nadar contra la corriente (salmón, salta, depredador) . Prefiero callar y seguir observándote por sobre tu hombro, tu pelo, tu cara, seguir tus ideas.

Carolina viaja en su cabeza, en su silencio siente algo, historias que como barcazas han quedado ancladas en este muelle, yo intento interpretar aquello, tal vez creyendo que lo que recreo es así:

- ¿Y tu padre cómo se llama?

-Entonces, seguís enamorado de ella ¿o la dejaste ir por otro motivo?...

-Siempre con la misma historia, sabes como son las cosas Eva.

- No se que rumbo va a tomar mi vida...

- Mi padre hasta hace un año se llamaba nadie, ahora se llama Sergio...

- Nunca la hubiera dejado ir, entendés, la vida a veces nos enseña con ejemplos dolorosos...

- No Francisco, no se cómo son las cosas, vos siempre das todo por entendido y eso... no conviene, no todos pensamos igual Pancho.

- ¿Por qué decís eso? ¿Ahora empezas a desconfiar de vos, del rumbo que tomó tu vida?

- ¿Cómo? ¿Qué le pasó a tu papá?

- Claro, es difícil tener que dejar ir a alguien... ¿se fue muy lejos? ¿tenés la posibilidad de mantener contacto?

- Eva, Eva... vos no queres entender cómo son las cosas, eso es diferente... si te invito a dar un paseo, si te invito a tomar algo, si te doy regalos por tu cumpleaños...creo que hay algo evidente.

- Si... hace un tiempo lo estoy pensando, no se si realmente tomé el camino que tenía que tomar... dudo si quiero seguir con esto toda mi vida...

- A mi papá no le pasó nada. Nunca le pasó nada. A mi me pasó, yo sufrí por él. No lo tuve hasta que llegué a la edad de veinticinco y a la madurez.

- Y, se fue bastante lejos, tanto como para decirte que mantener contacto en la mayoría de los casos es imposible... aunque en ciertos momentos, esporádicos, irregulares, podemos comunicarnos.

- Si, evidente es tu cara de pánico cuando me hablas... no te entiendo Francisco.

- Ya es tarde Alejo, no podes arrepentirte, aparte... creo que haces muy bien las cosas... ¿no crees? cumplís con tus responsabilidades y a la vez disfrutas de la vida... no estas atado a nada, nadie te limita... y no pongas esa cara de me estas mintiendo.

- ¡Cómo! ¿Y dónde estaba? ¿qué hizo para que lo vieras cinco lustros después de que nacieras? No quiero hablar mal de él, no lo conozco, pero...

- Bueno, aunque por momentos me resulta mediocre, a veces decir que algo es algo resulta un calmante. Y ¿por qué se tuvo que ir?

- Eva... a veces me pareces cansadora, siento que me tomas el pelo y que por lo bajo te reís de mi... acordáte, que te hizo pensar que yo haya sido la única persona que te fue a esperar después de tu debut en el teatro, en la obra de Wilde.

- No pongo cara de mentira... es que, a veces creo que me decís las cosas para convencerme de algo que ya no estoy convencido... acordate esta frase, es buena: "somos lo que hacemos para cambiar lo que somos". Pienso de esa forma, hago todo para cambiar lo que soy realmente... un mal tipo, un sinvergüenza, un caradura.

- La realidad es que mi papá fue el menos culpable. La cosa es que mi mamá nunca le aviso que yo iba a ser su hija, no mantuvo contacto, fue una noche de que se yo y nada más. Después llegué al mundo, y decir papá era hablarle al viento, hasta por momentos mamá se enojaba si consultaba su nombre y me mandaba a dormir sin cenar... ya más de grande, la relación de odio que sembré con mamá hizo que me fuera de casa, me hice independiente de chica, busqué a un padre invisible por mis propios medios...

- Claro, decir que algo es algo, fue lindo mientras duró, todo tiene un final irreversible son esas frases que uso de consuelo. Se tuvo que ir porque al parecer el de arriba le dijo que su hora había llegado, que su misión ya había terminado. Cuando nos enteramos fue muy difícil, pero como un proceso, la costumbre te va generando la aceptación, al punto en que supimos que no había vuelta atrás, que teníamos que aprovechar lo último.

- ¿En qué me hizo pensar? En que sos un verdadero amigo tonto, con todas las letras a-m-i-g-o. Siempre tan atento, caballero, preocupado... la verdad es que si no fueras mi amigo, mamá diría que sos el novio ideal. Que el Panchito es muy bondadoso, que el Panchito es inteligente, que el Panchito es deportista, que Panchito esto que Panchito lo otro.

- Entonces, ¿cómo llegaste a él?

- Entonces, ¿cuándo se fue ella?

- Entonces, ¿dónde pones nuestra relación Eva?
¿eso es lo que soy para vos?

- Entonces ¿por qué seguís así? No digas eso, vos sos una persona de no creer.

- Por intermedio de una compañera de trabajo. Me animo a decir que todos los caminos llevan a Roma. Cuándo nos conocimos, ya sobrando confianza, también un poco ebria, le comenté mi historia de vida. Entonces le dije el nombre de mi madre, por no decir mal parida o cosas peores. Su madre era amiga de mi madre, su padre era amigo de mi padre. Casualidad, mucha casualidad, alguien quería que esta historia tuviera fin. El padre de esta chica trabajaba con mi padre. Eran músicos y tocaban juntos hacía ya treinta años. Fue así como ella, la chica del trabajo, me invitó a un concierto. Desde un asiento en las primeras filas, me dijo, es él, el de la guitarra. Fue el primer contacto visual. Y éramos tan parecidos, me emocioné con su música, el rasgueo de la guitarra criolla. Así, al final del concierto, con la suerte de quien conoce a los que saben, pasamos a los camarines. Le di una carta, una carta urgente que explicaba algo así como veinticinco años de vida. Al principio no lo entendía, cerró la puerta de su camarín diciendo que la leería. Pasaron los minutos y los nervios no me dejaron. La puerta se abrió. Me miró a los ojos, tan parecidos a los míos. Me abrazó. Lloramos juntos. Y hoy digo con orgullo que es mi padre.

- Se fue hace un año, después de pelear por no irse. Fue mi alivio que por fin se fuera, también fue el suyo. Luchadora, peleadora, campeona de la vida. Dejó hasta los últimos alientos por ganar un minuto. Pero el cáncer, el diablo-enfermedad, fue comiendo su cuerpo, ganando terreno. Si la hubieras conocido. Ay, Martinita. Cuando los remedios y el tratamiento la dejaron débil y sin pelo, ya no quería salir de casa, le daba vergüenza, por mí, creía que me avergonzaba que la gente me viera con ella. No sabía lo feliz que me hacía, no sabía que la apariencia era para mí insignificante. Tuve que convencerla de dar unos paseos por la Plaza Alemania, de visitar alguna que otra amiga que viviera un tanto lejos. Quería que antes de irse hiciera todo lo que tuviera al alcance de sus posibilidades. Creo que lo hizo. Ya una mañana de invierno, cuando le di un beso en la frente y le dije te quiero, me respondió con su voz agrietada, también te quiero y cerró los ojos. Fue como si hubiera esperado el momento para dejarme.

- Francisco, ¿dónde voy a poner nuestra relación? Donde siempre estuvo... somos amigos y nada más que amigos... ¿porque pones esa cara? ¿te sentís defraudado tonto?... ¿vos crees que hablo en serio? ¿vos crees que nunca me di cuenta de lo que me queres?... Pancho, cuando me esperaste afuera del teatro, cuando me invitaste a dar un paseo, cuando me regalaste las flores por mi cumpleaños, no me animé a decirte nada porque creí que para vos era realmente una amiga. Yo te quiero desde siempre estupido. Siempre diste tanta vuelta... inmadurito... tuviste que esperar a que nos sentáramos acá, a que nos rodeara tanto silencio y semejante naturaleza para demostrármelo... te quiero Francisco. Y un beso.

- Porque en el medio están mis hijos, a ella la conocí muy de chico, la quise siempre, pero tarde, lamentablemente tarde, me di cuenta que le regalé la vida a una sola mujer, que entregué todo por ella sin darme cuenta que yo también soy persona, que yo también debería haberme dedicado a disfrutar un poco, a estar soltero, a conocer otras personas... y entonces me pasa esto que se llama inseguridad... confío mucho en esta inseguridad Juana, hace tiempo que lo tengo decidido, vuelvo allá, la miro a los ojos y le digo que quiero alejarme de todo esto, al menos un tiempo, y vuelvo al Sur.


Algo te dispersa por unos segundos Carolina, te saca del letargo largo amargo que experimentaste un rato, que viviste en otras vidas paralelas.
Veo como logras percibir todas estas historias eternas. En tu silencio, podes vivirlas. Historias que no murieron, que llegaron con sus progenitores a este muelle, a este lugar donde las confesiones se animan a abandonar el cuerpo para vivir todo este Sur (montaña-aire-vida). Entiendo ahora tu emoción, tus ojos con lágrimas, tu silencio impasible. Y es cierto, las confesiones en estos lugares nunca son banales, nunca pasajeras, también por eso las podes sentir, porque quedaron en un lugar perfecto, perpetradas, y se filtraron en vos. Historias eternas, incontables, que tal vez algún día, con tu propia voz, me contarás que pasaron por tu cabeza, aquella tarde, en aquel lugar idílico. Yo simplemente escucharé, sin decirte que ya sé de qué tratan.

Entonces, pronuncio tu nombre, lo susurro, como un secreto que le cuento al viento, para que la vuelta a la realidad no te golpeé. Caro, Carolina. Giras la cara con un movimiento rápido, como asustada. Te miro. Te digo. Yo ahora quiero contarte mi historia, que me pesa, que nunca antes pude contarte por lo que me cuesta, por lo que me duele, te cuento mi historia para que muera (o viva, en su defecto) en este muelle. Historia eternamente triste.

Texto agregado el 17-10-2011, y leído por 140 visitantes. (0 votos)


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