LA MÁSCARA
Cuando esa tarde, una mujer en el colectivo me saludó como si me concociera de toda la vida, y un sujeto de lentes en la esquina de Paraná y Sarmiento me abrazó sin que me diera tiempo a nada y me agradeció no sé que cosa, y cuando también lo hizo un joven con pinta de mejicano en el subte, y que no sólo me saludo efusivamente, sino que casi me pide un autógrafo, fue que tomé conciencia de que algo estaba mal, o al contrario , de que algo estaba funcionando muy bien.
Alguien me dijo una vez, no hace mucho, que yo me parezco a alguien de la televisión ( de cara podria ser, pensé en ese momento). Inferí que se trataba de algo por el estilo o quizas haya algún politico que es idéntico a mi. Espero que no sea esto último.
Lo cierto es que esos eventos se fueron dando a lo largo de esa tarde ininterrumpidamente hasta que ya harto de la fama llegué a mi casa y lo primero que hice fue mirarme en el espejo. La sorpresa fue muy grande. El vidrio me devolvió un perfil que no reconocí en absoluto, una imagen que ellos inventaron, y que instalaron en mi rostro como si fuera una máscara, la que sólo ellos reconocen.
Me la saqué como pude, pero ella, de a poco, se las ingenió para volver sobre mi rostro lentamente y dominarlo por completo, a tal extremo, de ser ella y no otra, la que está escribiendo este cuento.
GABRIEL FALCONI
|