En su castillo de cristal,
las lágrimas caían.
Su rostro se ceñía
del celeste manantial.
Se preguntaba cuándo podría
su caballero de metal,
liberarla del mal,
que sus sueños aturdía:
"A una bruja no maldecirás
en tu vida, como castigo:
por siempre de negro vestirás,
hasta matar al ser más querido,
Mientras vistas tu negro vestido,
dolores nocturnos sufrirás,
como si cien hijos más
cada noche hubieses parido."
Su madre, como de costumbre,
a su hija en torre encerró,
su libertad ella esperó
en la cima de una cumbre.
El rey a la bruja rogó
liberara a su hija y a su nombre,
pero hasta matar al amado hombre,
ningún consuelo prometió.
Del rey valientes caballeros,
engañados con falsa promesa,
intentaron seducir a la princesa
y ganar la dote de los cleros.
Mas ninguna de sus proezas,
ningún varón, ni escudero,
pudo ganarse entero
su corazón, ni su belleza. |