El ocio, que es mi buen amigo,
me abandonó en soledad,
me dejó sin ningún abrigo
en la calle de la vanidad.

Se acerca a mi la condenada
prostituta, que llaman placer.
Pero no logra convencer para nada
la mente de este gris ser.

Busco en el oscuro callejón
distracción para no pensar,
ni en mi alma, ni en mi corazón,
ni en nada que me pueda empeorar.

Cuán lastímero y repugnante
es escribir éstas cecas palabras,
pues su musa es una maldita errante,
que hoy se alimentó de mis desgracias.

Y busco cómo matar
a éste tiempo de soledad,
pues se ha rehusado a cambiar
a horas de felicidad.

Sé que vendrá el momento
en que a mi mente llegará
un recuerdo, un remordimiento,
por asesinar a éste tiempo que jamás regresará.