El carruaje se detuvo en la víspera del sueño, para aletargar su hechizo. Detrás, los latidos multiformes derrotaban el itinerario de lo incierto, mientras un augurio de campanas se extinguía en la carroza de zapallos y de mieles. Y la silueta fluía fresca en el cristal de sus zapatos, junto a la encrucijada de las sedas rozando el infortunio. La vi escapar en la conciencia de los sueños; efímera y dichosa, transgredir al lecho de su amado, perpetuando el regresar de aquellos tiempos. Y el hechizo presumía lo imponderable, en un presagio de los dioses, para desterrar su cuerpo de aquel reino. Me quedé allí, en el umbral de su dormir pausado como un soplo ajeno a los instintos; después, la noche se ocultó difusa en el bosquejo de su aliento, para internarse sigilosa entre las fauces. Entonces el carruaje se detuvo a medianoche junto al devenir de sus pupilas, para regresar en oníricos silencios a lo profundo de su cuento.

Ana Cecilia.