Diario de viaje
ASPIRACIONES
La región, sometida a la degradación de sus cualidades naturales, llena de la pobreza lógica en estas situaciones, y de la emigración voluntaria, deja pocas perspectivas para crecer.
No se ven las explanadas de césped rodeadas de altos muros o las plantaciones cultivadas como jardines de yerba mate. Aquí, el camino desaparece en el lodo y las familias viven en viviendas precarias, de adobe o madera.
Entre los matorrales compartidos con manadas de gatos monteses que merodean en la zona, viven centenares de personas, la mayoría mujeres y niños; lo más notable es la evidente ausencia de hombres.
Sus días están enmarcados por el acontecer universal del sol y las estrellas; y más cerca del mundo cotidiano, el trabajo de la cosecha en los sembradíos aledaños. No hay relojes ni nada que mida el paso del tiempo; y la mayoría de los aldeanos, cuando se les pregunta, no saben qué edad tienen.
Los interrogantes se amontonan en mi mente urbana, producto del esfuerzo propio, pero también de ventajas educativas, y de un medio ambiente menos elemental.
Aquel día, al visitar la aldea, entre tantas historias ocultas, descubrí aspiraciones contenidas a la espera tan solo de oportunidades. Aspiraciones quizás agazapadas y, ante el menor detonante, dispuestas a saltar para ofrecerse como alternativas, del tamaño que fuese, pero al fin y al cabo alternativas que traen soluciones.
Al final del callejón central se levantaba un aula de clase como única escuela. Allí entre los pocos muchachos del lugar, había dos niñas sentadas. Al igual que la mayoría de las mujeres del monte, la piel de sus manos estaban cubiertas por la aridez del clima y sus labios aquietaban el vuelo de una sonrisa. Tan sólo las miradas hablaban por ellas. Sus ojos entrecerrados decían más que mil palabras juntas.
La quietud de la tarde rodeaba el aula, y era toda nuestra compañía. Después de largo rato, disipadas las primeras barreras del silencio y la timidez, la confianza fue surgiendo entre sonrisas y conversaciones espontáneas. Los muchachos, dispuestos, departían su presente. Hablamos de la vida en la cosecha, del despertar a la salida del sol, y el ruido del viento nocturno al pasear por las sendas del lugar.
Las niñas, atentas, escuchaban en silencio. Me acerqué a ellas y les pregunté:
-¿Qué les gustaría ser cuando sean grandes?
Muy despacio, como intentando no irrumpir quietud alguna, dijo con voz frágil y tenue una de ellas:
-Médica.
-Maestra, -murmuró la más pequeña.
Asentí con la cabeza, y no puede evitar emocionarme cuando descubrí en sus miradas un entusiasmo contenido.
Loables aspiraciones que, junto con la virginidad, se pierden en las primeras aventuras de la vida, cuando los cuerpos superan la madurez del pensamiento y las sensaciones físicas enmarcan el futuro de toda una vida.
En ese rincón del mundo, donde incluso la escuela es una novedad, no pude evitar preguntarme: ¿Cómo podrían estas niñas realizar sus aspiraciones?, ¿Cuál sería la instancia posible para doblegar el destino marcado por la mayoría de las mujeres del lugar, quienes despiertan a la adolescencia en concubinato y a la espera de los primeros hijos?
El “quiero ser médica” y el “quiero ser maestra” suenan a hueco en una sociedad manida por los estereotipos; pero en una comunidad aislada, remota y solitaria, este anhelo de superación es intrigante, digno de estudio y de encomio.
Tal vez los cambios del mundo moderno, donde la mujer tiende a tener un aspecto protagónico intenso, tan intenso como el del hombre, hayan llegado a regiones remotas y hayan prendido en el espíritu de ser “alguien más” de estas mujeres.
Sea como fuese, las aspiraciones de las niñas han motivado la esperanza de los aldeanos; quienes comienzan a ver el futuro con la esperanza de que lo mejor está por llegar.
Aquella tarde, al terminar la clase resguardamos la bandera para que el viento de la noche no la volviera frágil. Ese mismo viento, que en ráfagas más o menos intenso, y por ratos verdaderamente gélido, ayudaba a que mis pensamientos acortaran el camino y así llegué al hospedaje.
Las aspiraciones de aquellas niñas, acostumbradas al fragor de la batalla de la vida desde los primeros años escolares, su vívido deseo de superar escollos ya casi pautados por la vida, y su encomiable deseo de superación fueron templando mis divagaciones y, casi sin quererlo, me dormí.
En sueños fui fraguando soluciones y llegué, al despertarme, a creer que eran realidades. De pronto aparecieron maestras y médicas por todas partes, con sus uniformes nuevos y relucientes, soltando un grito al viento de ¡Lo logramos!. Mis deseos fueron más fuertes que mis propios sueños pero, por segundos, casi sentí sus propias sensaciones de un éxito fingido en mis divagaciones oníricas.
El trasfondo social y psicológico de estas aspiraciones van más allá de unas soluciones simplistas. Más allá de un sueño que tiene mucho de magia, pero poco de práctica. En el calor de la hoguera de mi sala de reposo, miles de ideas subjetivas vuelan enmarañadas en mis pensamientos, intentando tomar vuelo para atrapar, con firmeza, una idea que a la par de sutil, sea firme. Enderezar los caminos ya trazados. Cultivar conocimientos a la par de hortalizas. Crear ideas a la par de hijos, si son inevitables. Y darles ideas, que son alas...
Las aspiraciones, son ideales, pero con base. Llevan ya prendido el deseo de ser algo más. En este mundo globalizado, es imprescindible aupar esas aspiraciones. Darles base a esos ideales. Y verlos crecer, crecer y crecer hasta ser lo que quieran ser...
Aquella visita a la aldea estuvo plagada de inquietudes.
Sin dudas, mucho hay para hacer.
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