Un escalofrío se deslizó por su espalda cuando notó que los recuerdos comenzaban nuevamente a alimentar su insomnio. Suspendida en el pasado, su mente se negaba a olvidar.
Observó unos insectos revoloteando alrededor de la luz artificial y se percató de que se sentía igual que ellos.
Desde un rincón, sus demonios contemplaron la escena que se repetía cada noche.
Una mujer recitaba una plegaria en el espejo. Las culpas sonrieron y decidieron dar batalla una vez más. Ella aceptó resignada. El castigo era inevitable.
Los minutos se arrastraron lentamente, mientras el tiempo se ahogaba en la penumbra.
Cuando por fin llegó el amanecer, los secretos empezaron a alejarse. Una brisa ligera acarició su piel.
Inspiró hondo, cerró los ojos; los espacios entre sus recuerdos se hicieron más amplios y el abismo abrió sus fauces. En ese instante, los pensamientos decidieron dejarla en paz y con alivio se entregó a la oscuridad que la fue engullendo poco a poco.