Caminando hacia el Amor
Amor… ¿cómo eres?
Yo no nací para amar,
Nadie nació para mí
Mis sueños nunca se volvieron realidad… (Juan Gabriel.),
A veces pienso que esta canción la escribieron para mí. Sí, para mí, pues cada vez que creía haber conocido el amor, algo sucedía.
Les voy a contar mi historia, quizá así me ayuden a entender, o a confirmar, las razones que creo tener para dudar si el amor fue hecho para mí.
De pequeña nunca me faltó el amor de mis padres y otros familiares. Y aún ahora los tengo. Cuando me fui haciendo adolescente, y mis amigas cambiaron sus formas, empecé a ver poco a poco cómo el amor, en su forma mas traviesa, armaba verdaderos dramas, desconsuelos y daba felicidad a quienes elegía como piezas del más antiguo, tortuoso y hermoso juego. Pronto me quedé sola; en el grupo todas estaban muy ilusionadas y en pleno proceso de jugar al amor.
Por ese entonces no me causaba nada de molestia, el no participar en ese juego, me divertía viendo a los enamorados sonrojarse con una mirada, reír nerviosos si se quedaban solos y, en fin, observar situaciones que muchos conocen y sintieron.
Cuando cumplí 16 años el amor y yo nos conocimos, pero no formalmente, nadie nos presentó, ni nos dijeron quienes éramos cada cual. No conversamos, ni siquiera nos sonreímos, tan solo cruzamos miradas. Desde entonces le he visto al pasar, cuando nos cruzamos en alguna ocasión. Y algunas veces intercambiamos miradas... y nada más.
Cuando llegué a los 25 años, ya algunas de mis amigas recibían los regalos del amor, matrimonio, niños, familia, dicha familiar… y esas cosas que ese mismo amor suele regalar. En esa época fui dama de honor de varias bodas. La intención de los recién casados era el que me animara a seguir sus pasos. No voy a decir que no tuve novios. No, claro que no, tuve algunos, de cuales apenas recuerdo algo. Creo que ninguno me amo en realidad.
Sufrí dolorosas decepciones, me prometí no cruzarme en el camino del amor ya que él nunca me favorecía en sus dichosos juegos de enamoramiento. Me dediqué a trabajar, a obtener logros profesionales, a obtener tal o cual propiedad, a asegurar el futuro de mis más cercanos familiares. En fin, me dediqué a ganar y gastar dinero.
Así llegue a los 35. A las bodas a las que iba, ya no sólo me hacían dama de honor. Hasta me regalaban el ramo de bodas por si no lo cogía cuando la novia lo lanzaba. Llegó a ser bochornoso tanta preocupación por mi soltería que opté por dos cosas:
1- Decir siempre: ¡Soy soltera por elección no por opción!
2- No asistir a las bodas, claro.
Tenía todo por lo que trabajé y me esforcé. Pero siempre hay un “ pero”. Me faltaba algo, necesitaba algo que no podía ver ni tocar, tan solo sentir. Había un vacío qué llenar y no sabía cómo hacerlo; hasta que decidí ignorarlo.
A los 43 años, mi vida era algo que había logrado encaminar y llevar por la senda que yo había deseado. Claro, ya no asistía a bodas ni nada de eso. Ahora iba a bautizos, comuniones, confirmaciones…en fin tenía muchos ahijados y sobrinos, y ellos no dejaban que la soledad se colara por completo en mi morada. Siempre estaban entrando y saliendo de mi casa, por lo que fueron muy pocas veces las que me sentí realmente sola.
Hace un mes fue la confirmación de Tina, mi sobrina preferida, todos los amigos y familiares no reunimos para la ocasión. Lo menciono por que ahí conocí a alguien, fue muy amable, cortés y divinamente encantador. Me pasé la tarde charlando y riendo como hace mucho no lo hacía. Desde entonces nos llamamos a diario, cenamos siempre que podemos, hablamos y reímos juntos.
¿Será que el amor decidió conocerme?
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