¡¿Qué tanto alboroto?! Es diciembre ¿y qué? Ya fue julio, agosto y noviembre y a nadie pareció importarle.

¡Ah!...es que en diciembre, el 24 en la noche o el 25 según la costumbre de cada cual, celebramos la navidad o pascua; ambas palabras antiguas que significan nacimiento y paso respectivamente.

Todo el mundo occidental celebra en diciembre la navidad (la verdad es que no “todos”, hay unos pocos porfiados disidentes) que vendría siendo el nacimiento de Jesús de Nazaret o Jesucristo o el Cristo o el Mesías o el Salvador o que se yo.

¡Ya…! ¿y qué tiene de especial el nacimiento de este caballero para armar tanta bulla y revolucionar a “casi todo” el mundo?

En primer lugar no existe ninguna comprobación científica seria que haya tan siquiera nacido. Nadie ha encontrado los huesos (verdad que resucitó en cuerpo y alma, pero ese es otro cantar), pero tampoco se ha encontrado un cacharro con su firma o tan siquiera se le cita en alguna crónica romana.

Este último punto es muy importante puesto que los romanos, contemporáneos suyos, eran muy aficionados a las crónicas, como se sentían dueños del mundo y quizá lo eran, técnicamente por lo menos, dejaban todo, todo, todo por escrito.

Hay constancia de graffitis bastante explícitos y hasta de los chismes de la época, los que eran contados con gran detalle y malicia, donde se dejaba constancia en las paredes públicas, como hoy, de todo lo que el pueblo consideraba digno de ser sabido: (“Flavia es una meretriz”…”A Cayo Cornelio su mujer lo engaña con toda la sexta cohorte”…”Calígula no era un tirano, tuvo mala prensa”)

Ni en los escritos públicos ni en los populares se mencionan siquiera un portento tal como la estrella de oriente con tres despistados reyes siguiéndola (y para tres reyes la escolta debe haberse hecho notar), ni milagros, ni muchedumbres enfervorizadas siguiendo a un chascón que predicara, y vaya que esto último les habría llamado la atención a los romanos porque para ellos el “Veni, Vidi, Vici” era la única consigna válida y saber que un pelafustán en Judea, provincia “perteneciente” a Roma, le daba por predicar el amor a los semejantes, la caridad y el perdón de los pecados les hubiera parecido “políticamente incorrecto”. El gran Imperio Romano no tenía por costumbre dar la espalda a los enemigos e insurrectos sino caerle encima con todo su poderío bélico y de haberlo sabido no solamente se le hubiera crucificado, como a cualquier ratero ordinario, por 30 monedas de plata, sino hubiera sido considerado “terrorista” y hubiera sido llevado a la mismísima Roma para ser juzgado por el Emperador en persona.

Bueno, volviendo al punto, nació el susodicho Jesús (digamos que si para que estas divagaciones tengan sentido) y nació precisamente el 25 de diciembre como una gran cantidad de “profetas”, “iluminados”, “salvadores” y “deidades” de culturas antiguas.

¿Es alguna moda o cábala para tener los cojones de emprender estas empresas descabelladas de salvar al hombre de su propia pequeñez y miseria nacer el 25 de diciembre? No se, pero la cosa es que nació; ya hemos sentado el hecho y el mundo lo celebra con bombos y platillos.

Ahora bien, lo que llama la atención y pareciera ser un error conceptual, es que las celebraciones que organizamos para celebrar su “cumpleaños” difieren absolutamente de los que el aludido hizo y predicó durante su vida; es como si el mundo celebrara el cumpleaños de Gandhi con una tremenda bacanal…¡raro! Por decir lo menos… ¡raro!

Se lee en la biblia, historia oficial de la vida del señor en comento, que nace en un pesebre en Belén y esa noche sobre dicho pesebre se posa la famosa estrella de oriente y unos ángeles comienzan a gritar a voz en cuello “¡¡¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!!!”

Que Dios tenga gloria en el cielo es bastante obvio pero en la tierra, que es el tema que nos ocupa, ¿cuál será la buena voluntad que debemos exhibir para recibir como recompensa la tan ansiada paz?

¿Será la buena voluntad que se debe tener para pasar horas de horas en los Centros Comerciales, abarrotados de otros buenos voluntariantes, para comprar cuanto cachivache existe, útil o no, y encajárselo a toda nuestra parentela, amigos, conocidos y no tanto, con ocasión de dicha celebración?

O ¿la voluntad para endeudarse hasta las orejas, en “pequeñísimas cuotas” hasta la próxima navidad, para darle al chiquillo mañoso, flojo como el hueso de la frente, desmotivado permanentemente, desordenado e intratable que es nuestro hermoso retoño el costoso regalo que nos “exige dulcemente” para así no romper su tierno y delicado corazón o crearle algún trauma o sentirnos responsables de que inicie una carrera delictual, que ha ojo de cualquier persona que no sean sus padres ya ha iniciado?

O ¿será la férrea voluntad de ser el vecino más exitoso de la cuadra, que adquirió los artículos más valiosos y modernos?

Bueno, cada uno usa su voluntad como buenamente puede para conseguir paz, pero por mucho que haya avanzado la tecnología en los últimos años no podemos huir a nuestras consecuencias y con la anteriormente citada buena voluntad nos haremos acreedores a la paz de la deudas que nos asfixian, a la clásica pelea conyugal en el centro comercial, a la de una paternidad fracasada, la del agotamiento post ajetreo navideño y la de un 26 de diciembre con un montón de artefactos de dudosa utilidad, una tremenda indigestión, una resaca histórica y un montón de basura.

Sinceramente, y espero no escandalizar a nadie con mi afirmación, creo que no es ninguna de esas acciones de buena voluntad la que pregonaban a todo pulmón los ángeles gritones.

Yo no miro en menos la “voluntad” de nadie, donde tengo mis serias dudas de que sea tan “buena”.

Debo en este punto, para hacer honor a la verdad, recordar que las sabias campañas publicitarias exhibidas por TV nos instan a alejarnos del consumismo y el derroche banal; ella proponen: “Esta navidad regale paz y amor” [pausa con música] “Compre en…[el nombre de la multitienda o centro comercial]

Ahora, si usted toma esa pausa musical como puntos suspensivos y cree que la paz y el amor la puede comprar en alguna de estas prestigiosas multitiendas, eso es problema suyo. Las aludidas comercializadoras no está haciendo publicidad engañosa, el iluso es usted.

Avancemos en los hechos. Nace Jesús y nace en un pobre pesebre (no repito la historia completa porque es conocida por todos) y ese pesebre también es parte de los íconos con que adornamos la celebración de navidad y puede que sea el más hermoso de ellos, el más sensible y todos están de acuerdo en que representa el “verdadero sentido” de la navidad y por supuesto nos enternece hasta las lágrimas...¿porqué?

No sólo el 25 de diciembre sino todos los días, o por lo menos día por medio, nace un niño en condiciones tanto o más paupérrimas que él.

Por lo menos Jesús tenía padre y madre y su papá tenía trabajo, era carpintero; había animales que proveerían calor y tenía tres padrinos ricos, y reyes más encima, que le trajeron regalos.

Hasta donde yo sé, los niños que nacen cualquier día en circunstancias tan aciagas como él no tienen siquiera estos beneficios.

¿Por qué la imagen del pesebre nos enternece tanto entonces?
¿Por qué no ponemos la cama mugrienta, el atado de cartones o el cajón manzanero que les sirve de cuna bajo el arbolito de navidad?...¿se vería feo?...Sí, yo creo que sí. ¡Mala idea!

Sigamos entonces atracándonos de pavo y desayunando con nuestro tazón de Papá Noel y nuestras pantuflas de reno y esos otros Jesús Pérez que se inventen su propia celebración.