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(A veces la realidad es tan pesada y dolorosa que sólo la recuperación de recuerdos fragmentados e hilvanados con la imaginación nos aliviana.)

Sintió un sabor metálico y salubre en su garganta y con gesto de catador cerró los ojos para degustar en su boca el borbotón de saliva y delimitar en su conciencia los elementos de su origen sin interferencias de la vista que tantas veces lo había traicionado. No recordó nada. Y volvió otro golpe: un sabor frío, húmedo, salubre, pastoso, metálico y punzante que penetró de golpe su cerebro y recorrió como un baño todo el cuerpo llenándolo de una serie de memorias olvidadas.

Recuperó una imagen escondida. Estaba en aquel banquete de platos exquisitos y extraños. Platos de mariscos escarbados entre fósiles y corales y cuevas en el fondo de todos los mares. Platos de animales exóticos envueltos en salsas con frutos y especias que provocaban en el paladar experiencias nuevas e irrepetibles. Y recordó los ojos de ella y aquella mirada que le dividió la vida entre un antes y un después de forma contundente y definida. Antes él era sólo un hombre de gustos cotidianos y placeres vulgares, que no requerían anticipaciones complejas. Ella lo enseñó a hilvanar detalles que dejaran una estela de aventura y sorpresa a los días. Ella lo inauguró en las exquisiteces de las cacerías y los viajes exóticos, los ritos y ceremonias que le dan una dimensión mística a cualquier evento humano como nacer, procrear, morirse o matar, o enfrentarse al peligro. Ella lo llevó a conocer dimensiones y gustos que evocan fantasías y pasiones. Recreó con todo su cuerpo una textura de algas que la recordaba y pensó que ella guardaba en sí misma el secreto de una receta concebida por dioses.

Una corriente de algo picante y caliente le fue envolviendo la caja del pecho, llegando hasta los pulmones y pensó en una poción de naranjas y ajíes y rones clandestinos, mientras navegaba entre el recuerdo de sus fugas clandestinas. Ella tenía las carnes jugosas, marinadas a conciencia sin prisa, esperando el momento para volverse arropar entre los fuegos de sus pasiones... y chuparse, lamerse y mordisquearse hasta que ya no hubiera nada más...

Todo era una serie de ideas flotantes, imágenes que entraban y salían de la conciencia con cada golpe que se le arremolinaba en el buche de momento y algo indescifrable que intenta agarrarse a la conciencia y dar un sentido de continuidad. Todavía no podía descifrar la primer experiencia, ese sabor extraño que le vino en el borbotón de saliva y que lo sumergía entre la imaginación y los olvidos y recuerdos alborotados, escapándose como si fuesen sangre. El era sólo un cuerpo sin voluntad que se mantiene sobre un mar oscuro, se dijo... y volvió a despertar la imagen de una criatura marina que se le enredaba. Como si fuese hecha de algas y tentáculos lo agarraba fuertemente llevándolo hacia lo subterráneo...

Otro golpe intenso y frío se le atascó en la boca del estómago y sintió que se quedó sin aliento, era como si hubiese tragado un postre gelatinoso de jobos y piñas y las espinas y la corona de ambos frutos le abrieran el tejido. Recordó los labios de ella que le parecían flanes de fresa y bizcochos de ángel adornados con ralladura de limones y naranjas.

Destellos de colores se le metieron súbitamente por las fibras de su cuerpo y entró en un túnel largo, íntimo y privado como las entrañas. Volvió a ver la luz, a lo lejos, al horizonte. Emanaba del cuerpo de ella sobre otro cuerpo fundido y parecían una piedra que irremediablemente amurallaba los espacios y nada más era necesario.

Otro golpe más, caliente y ácido le recordó las ollas hirvientes donde se tiran los cangrejos y las langostas revolviéndose. Recordó la boca de ella, su saliva fresca y dulce como las aguas que salen de los manantiales y la boca que se llena de peces y no son más que lenguas serpentinas que transforman la saliva en un tejido tibio y salado.

Ya no había más, un charco pastoso alrededor... olor metálico y un sabor denso y pegajoso entre los labios... ella lo llamaba desde el espacio amurallado, sentía el eco de su voz, se percibía pesado caminando hacia ella...

Escuchó murmullos y gritos alrededor, hablaban de cuerpo inerte, de puñaladas y tajos, pensó en las carnes de los mataderos, en los garfios... y en las manos del cocinero.
El le presentó a su mujer el día del banquete, ahora lo recordaba.

Texto agregado el 10-10-2011, y leído por 181 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
11-10-2011 Buen relato, me gustó godiva
10-10-2011 lectura con sabores curiosos... ***** achachila
10-10-2011 "Rones clandestinos" y "fugas clandestinas" están demasiado cerca en el tercer párrafo luego de los paréntesis. Por lo demás es una narración aceptable, algo cargada de adjetivaciones pero bien, es válido el estilo aunque puede no agradar del todo. -Carmen-
10-10-2011 Muy bueno filiberto
10-10-2011 Muy bien contado.Muy bien firpo
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