Uno a la mañana se culpa
por una u otra razón, lo mejor es obviarlo todo
o empezar por trepanarse el cerebro
con pensamientos absurdos, obtusos.
Luego, un pan con alguna cosa, una taza de café
y la culpa se diluye como azúcar
o humo que sube formando pequeñas figuras, indescifrables,
imaginería barata, pensamientos traicioneros.
Puede ser que alguna idea se me cruce y se convierta en recuerdo,
puede ser que solo sea atrofia cerebral,
o simple aburrimiento…
talvez sea que definitivamente no es lo que pienso
y hay un dios detrás de mis pasos y que juega a verme errático,
un dios absurdo e innecesario, como mis pasos.
O solo sea que me gusta mortificarme
con recordar esos viejos lugares que caminé.
Pero también puedo acusarme de aburrimiento,
aburrimiento in extremis, la sensación de inutilidad
o de abandonarlo todo a la culpa,
abandonarlo todo a la necesidad de transgredir
sin tener la necesidad de soportar el pedir perdón.
Porque ya antes lo había dicho alguien más,
talvez sin razón, tal vez a manera de ensayo y error,
porque sí, la culpa no la curan las palabras.
O pueden ser otras cosas,
esas cosas que solemos no identificar,
que solemos solo darle sentido desde el absurdo,
esas tontas sensaciones de que el vacío lo es todo…
Cuando empezamos a tratar de retroceder,
cuando todo empieza a seguir una línea a la inversa
es cuando descubrimos que algo no camina
o solo sigue un círculo que vuelve y vuelve al mismo lugar.
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