Lluvia dulce y fria,
cómplice de un pecado...
El trueno retrató en la nube el amor de dos mujeres,
el rostro de nieve de la mujer que amo,
que me permitió besar su boca,
apretarle hasta enrojecer su piel,
palpar con las garras su carne tierna
y empaparla de sudor lujurioso,
bajo una luna llena y opaca,
deslizaste en mis manos el templo de hueso,
el labio carnoso, el rostro sedoso,
mientras yo me lamía las uñas, los dedos ávidos,
y estaba ahí tan hermosa, tan mia,
exausta y sobre mi sabana,
jamás sentí el plácer verdadero,
el deseo desordenado,
el colmo de la necesidad,
solo ella que era igual a mi,
por primer y única vez,
borró para siempre el olor a semental. |