La planchada de madera comenzó a balancearse a medida que él avanzaba.Era un tablón tapizado en rojo apoyado sobre una de las barandas de estribor y que sobresalía unos dos metros hacia el vacío.
Abajo, en el agua , eran visibles las aletas de varios tiburones que nadaban en círculos intuyendo la caída de algo comestible.
Atrás, en cubierta,estaba la tripulación. Hombres y mujeres de aspecto patibulario que esperaban ansiosos el inicio de la tradicional ceremonia de ejecución.
Trataba de dar pequeños pasos para retrasar lo inevitable,pero la espada empuñada por su verdugo lo obligaba a avanzar con cortos y punzantes toques.
Cerca ya del borde,con el cuerpo empapado en transpiración, intentó imaginar lo que vendría, pero el miedo a lo desconocido bloqueaba su entendimiento.
Un paso más y el final.
Una enérgica palmada sobre su espalda lo sacudió,volviéndolo a la realidad.
Frente a él,un sacerdote ya impaciente,repitió:
-¡ Ernesto, por favor! ¿Aceptas entonces a Sandra en salud y enfermedad, hasta que la muerte los separe?