No pienso en ti cuando fumo un cigarro,
tampoco cuando escucho a alguien hablando de Herman Hesse,
menos aun cuando veo a un chico alto.

Ni creas que te recuerdo cuando empiezo a dormir,
ni cuando me atormenta el dolor al caminar con tacos altos
[pese a que fue por ti que empecé a usarlos
porque era la única forma
de tener una altura decente a tu lado].

No peques de vanidoso creyendo que me acuerdo de ti
cuando escucho a algún gato aullando o
si tengo que caminar por esa avenida que llevaba a tu casa.
No es así, te lo puedo asegurar.

He empezado a olvidar como te llamas incluso,
porque he tratado de no tener amigos que sean tus tocayos,
y ya puedo escuchar las canciones de Cristina
sin querer tirarme de un barranco.

No me duele saber de ti,
imaginarme que estás feliz al otro lado del mar,
con otra a la que quieres más que a mi
y que ella te quiere menos que yo,
ni haber perdido oportunidad de verte
cuando estuve allá.

Pues para que veas que tan poco te extraño,
en nuestros encuentros imaginarios
soy yo la que te deja con la palabra en la boca
cuando me dices que aun me quieres.

Es más, mira, tan bien estoy
que ahora soy capaz de hacerte maldades,
cosas que antes la culpa no me hubiese permitido
como mentirte, por ejemplo.