La Cuenta
LA CUENTA
La Paz, Bolivia. San Miguel, el Café Irlandés. Una mesa, tres sillas, tres tazas de café a la mitad, el cenicero lleno de puchos y la adrenalina desbordada a raudales de tres seres humanos. Tres chicas, tres sentimientos, tres historias que hoy convergen en una sola. A pesar de la bulla del local, el silencio en el alma de cada una de ellas es aplastante. Acaban de salir de sus labios frases cargadas de veneno como nunca. Acaban de usar el pasado como un cómodo sillón y sin dejar de mirarse y desafiantes, una de ellas grita:
-¡La cuenta!,
-¡Separadas!, acota la otra.
El llenado del documento se hace una eternidad, por eso, mientras esperan, cada una prefiere irse de la realidad y perderse en su propio pensamiento y sus recuerdos.
Rebeca es la dueña de una de estas tres historias. Tiene, para sus veintidós años que suele disfrazar de veinte, la billetera tan abultada como fácil. Fácil de salida y de entrada, cosa que difiere mucho de un elemento absolutamente mas subjetivo que el dinero: la imaginación y lo que vivía en ese momento en el café Irlandés, no era otra cosa que el triste corolario de un esfuerzo vano que comenzó hace un mes con una tarea de la universidad tan ociosa como simple: redactar un cuento.
-…Había una vez…había una vez……había… había…algo había, algo había.
¿Qué había…? ¡No sé! No se me ocurre nada. ¡Me cago en dos y llevo uno!, debí estudiar cualquier otra cosa en vez de esta mierda-
La que no quiere estudiar y no tiene ni idea de cómo hacer la tarea de redacción, es Rebeca. En un ataque de originalidad pretende comenzar su cuento con el “Había una vez” de todos los cuentos que le regalaron de niña. Está desparramada en el sillón de su flamante garzonier de la zona de Sopocachi, regalo de sus padres que han festejado el bachillerato de su hija, casi como si se tratara del premio Nobel de literatura y que hoy, en la universidad, tiene por todo horizonte una suerte de inmediatez que se ubica donde debe estar: ni más acá ni más allá de la mediocridad de la época.
Una manera simple de describir a Rebeca Cussi Pomarino sería decir que tiene 19 ó 22 años según quien haga la pregunta, que vive en Sopocachi o en la zona del Cementerio dependiendo también del ocasional interlocutor; y el mismo concepto vale para responder “en el San Ignacio” o “en el Hugo Dávila”. Pero eso sí, siempre la “Cato”, apócope y diminutivo eterno y habitual para nombrar a “su” universidad.
Su figura está envuelta en piel naturalmente morena y su rostro ahora es interesante tras un reciente milagro de tres mil dólares operado en el ancho de sus fosas nasales en un quirófano de Calacoto. Senos pequeños, eufemismo piadoso por “tablapecho” en el lenguaje de sus compañeros de la U; colita levantada artificial y no muy sutilmente por un jean que, además, ajusta en extremo sus piernas algo gruesas y que, según la imaginación y malicia de alguna amiga, deja ver la huella incipiente de celulitis, producto de la ingesta pantagruélica en los “prestes” de su zona y poco disimulada por el ejercicio en algún gimnasio de la Buenos Aires donde la Bequita, como llaman a Rebeca en su entorno, asistió alguna vez.
Rebeca prefiere el diminutivo Bequita, entre otras cosas por cierto pudor, ya que los vidrios traseros de los cuatro minibuses de su madre, aluden a Rebeca y a su hermana Shirley como “mis dos tesoros” y rematan con un “mi humildad perdona tu ignorancia” producto de la brocha, que pretende ser reflexiva, del pintor de “transformers” al que la familia Cussi contrató para maquillar los cuatro vehículos.
Por imposición de su padre Jacinto Cussi, Bequita está concluyendo el segundo semestre de la Carrera de Comunicación de la Universidad Católica. Jacinto adora a su familia y se autocalifica como comerciante minorista de régimen simplificado. Es un tipo bonachón con sus clientes a los que sin embargo no rebaja ni un peso en sus operaciones comerciales.
Varias veces fue “pasante” y presidente de la Fraternidad “Doctorcitos, Verdaderos Devotos del Jesús de los Milagros de Charaña”, nombre así de largo para evitar confusiones con otros grupos. Jacinto profesa su amor, sus hormonas y su fe a tres bandas: Primero a su familia; segundo a una comadre que vende abarrotes en la calle Murillo y tercero, al Señor del Gran Poder, del cual dice ser “muy” devoto. Está aferrado a tradiciones como guardar vasos desechables y a lo popular que entiende a su manera, muy lejos del concepto de la élite cultural donde lo popular se cataloga como populismo sospechoso de sabor a thinpu y a colectivo sindical. Los excesos y la cincuentena lo han transferido a la categoría de persona con dimensiones diferentes, es decir, gordito y el uso continuo de gorro lo ha convertido en un señor con alguna discapacidad capilar.
Su billetera abultada por verdes de a cien, es una pequeña muestra de su cuenta producto de años de sacrificio manejando camiones cargados de cajas de electrodomésticos en los caminos imposibles de la frontera con Chile. Pese a no ser ni bachiller, es un maestro titiritero que maneja COAs, vistas de Aduana y otros por el estilo. Cualquiera que lo viese con detenimiento podría convencerse de su aire de irresponsabilidad en medio de un país gobernado por gente tan responsable. O viceversa.
En afán de agradar a sus hijas quiere aprender de todo y trata de interiorizarse en el manejo de las computadoras, aunque suele pasar papelones como cuando su Rebeca le pidió que le traiga una Mac de Iquique y él le trajo una hamburguesa. Otra vez llamó por teléfono a ENTEL pidiendo cotización para una cuenta en “feisbuk” y nunca alcanzó a entender porqué le salía gratis.
En su fuero íntimo, Jacinto está desilusionado. No entiende mucho de política pero ha votado por lo que él entendía como el cambio y hoy al cambio no lo entiende.
Durante mucho tiempo él y sus vecinos de la zona fueron bombardeados con propaganda al estilo de la vieja práctica Goebeliana, donde por más ridículo, difamatorio, fantasioso, absurdo o mentiroso que sea un mensaje, al repetirse, llega al punto de convertirse en verdad. Por eso para Jacinto lo falso dejó de ser falso y para muchos otros, esa falsedad se avino a fuente periodística, oráculo de Delfos, pueblo originario, referencia didáctica o simple patrimonio cultural de la humanidad.
Jacinto ha visto reforzadas sus dudas en los ensayos del Gran Poder porque alguien que hoy pasa por ex masista e intelectual de La Comuna ha criticado de forma pública el empecinamiento de Evo por reclamar el título de propiedad de la Masacre de Octubre Negro y robarle la causa al grueso de la sociedad boliviana. Mejor se lo explicó su sastre cuando le dijo que “al Evo le hicieron un traje a medida y le quedó grande”
A su hija Rebeca, le parece sospechoso que con la cantidad de tiendas que hay en la zona, justo las tres más grandes sean las de su padre y que sólo él pague impuestos, como asegura su madre. “Es estadísticamente imposible. Una falacia”, reflexiona ella. Pero en todo caso es el piadoso punto de vista de la hija que adora a su padre y que no necesita que nada sea legitimado más allá del amor por él. En contrapartida y a toda costa, Jacinto pretende mostrarse ante su familia como un hombre de bien, a pesar de la comadre, la de los abarrotes.
“Le debo todo a mi país y algún día me voy a poner al día con mis impuestos”, asegura Jacinto a sus amigos del MAS que han vuelto a pedirle un “aporte”.
En ese grupo, un diputado oficialista, trata de explicarle con un ejemplo la necesidad de seguir aportando para el cambio: “La Tierra es cuadrada, porque nosotros lo decimos y como nosotros tenemos los votos, tenemos la razón… ¿Está claro?”.
-Muy claro- responde Jacinto sin mucho convencimiento al momento de soltar unos pesos.
-Eres linda mamita y cuando trabajes junto a la Natalia o el Andrés...- La voz de Rebeca no se parece en nada a la pretendida imitación de su padre, no obstante suele despertar una carcajada a todas luces fingida y exagerada de sus “amiguis”, habituales compañeras de clases, estudio, viaje en Toyota Prado, borracheras infames y trabajos prácticos de la “Cato”.
Las “amiguis” son varias, pero habitualmente dos con las que mantiene un vínculo que sólo un psiquiatra podría explicar: Luz María y Clemencia, rebeldes seriales que hacen juego con la nebulosa instalada en la imaginación de Bequita a la hora de comenzar la práctica de la materia de Redacción. Bachilleres del Calvert; ambas de 22; vecinas en Irpavi; dueñas de brevísimas faldas que cubren levemente las horrorosas “leggins” o calzas a la moda, cuyo diseño, se sospecha, podría ser una conspiración entre Lady Gaga, Roberto de la Cruz y María Galindo.
Clemencia y Luz María vivieron acostumbradas a los carros del papi o de la mami y que en forma extraña y al mismo tiempo, siguieron el camino de los movimientos sociales y decidieron mantenimiento general e indefinido hasta sus últimas consecuencias.
La segunda pata de este extraño tridente no es otra que la nombrada Clemencia. Logra generalmente mantener su cinismo químicamente puro. Para ella, la vanidad no califica para pecado capital y ha edificado el universo en base a su ombligo. Tiene que ver entre otras cosas con su belleza y por ahí con la frustración de haber intentado, cuando era más joven, cambiar el mundo con la plata del papi y haberse dado cuenta muy rápidamente y sin esfuerzo, que no se podía. Su retorno a la realidad le hizo primero formar una banda de rock menos que mediocre y después, el remedo de una revista de la universidad que funcionó como la banda de rock.
-Esto nos dio una gimnasia importante para poder ver de un modo distinto cosas que antes las veíamos desde un solo lugar- repite de memoria Clemencia con un dejo de su frustrado izquierdismo y obsesionada buscando el reflejo de su propia imagen en cuanto espejo encuentra, cual Narciso al que imita expandiendo su histriónica prepotencia sobre los demás.
Tiene a quien salir: A su padre, Antonio Arana, economista, ex ministro de estado, supo ser candidato a la Presidencia de la República de un taxi partido con más ínfulas que militantes y hoy retirado de la política, ha tenido la habilidad de colocar a sus hijos mayores, un sobrino y un hermano en la burocracia internacional. Por mérito propio, no faltaba más.
Tata Toño, como lo llama Clemencia, hoy pasa interminables días en casa observando a los compañeros de curso de la menor de sus hijas e interpreta a estos amigotes como a una banda de cómplices autocalificados como metaleros malvados y perdida entre el pirsin, la ignorancia y posiblemente piojos. Entran y salen de su casa sin ningún permiso. Apenas un gruñido como saludo. Nunca una palabra al momento de manosear sus libros y sus discos, ni cuando comienzan a asaltar el refrigerador donde toman coca cola desde la botella.
Ha asumido por obra y gracia de un antiguo discursito, que la habitación de la Cleme, nombre corto de su hija, es un lugar prohibido, pero no por la exigencia de privacidad que reclama su hija si no simplemente por el olor a tabaco, pizza de tres días y ropa sucia, que hacen las veces de cancerbero para que nadie de más edad que ella, intente ingresar al lugar. Un poster gigante del “Ché” y los ruidos que salen de los parlantes de algo que se supone es una canción de Sepultura, completan una escena que desafía el acomodo del padre de pasado izquierdista y al que la madre de Clemencia suele recordar con un jean raido, pelo largo y barba de una semana, demandando libertad al gobierno militar cuando lo conoció al comenzar los 80.
Una década después, en los dorados años 90, Arana terminó prestándose poco a poco cualidades que él consideraba de derecha como el orden, la ducha, el gusto por la música clásica y el buen vino. También se enteró que esas cosas hay que pagarlas. Hoy, consciente de eso, está convencido de que cada generación tiene sus propios ritos y fijaciones por lo que la herencia burguesa que está dejando a su hija tiene por ahora la única desventaja de que la llamen reaccionaria o, en el mejor de los casos, conservadora.
De pura suerte ha encontrado su exorcismo en dos de los cates de su Cleme, antiguos camaradas que ocultan su antiguo marxismo y hoy prefieren enseñar con esos hervores de marca registrada de las Juventudes Hitlerianas, a la que seguramente hoy pertenecerían pero que callan por modestia.
En este presente tan distinto al soñado, la Cleme, consciente de sus limitaciones para trasladarse suele rogar: “Bequita ¿vamos?”, con un contradictorio tono impositivo y con la voz entrecortada por el chicle, manteniendo siempre ese airecito de superioridad, como si la Bequita fuese en realidad el chofer eventual hasta que se suspenda la huelga de carros parados del papi. Al mirar el interior de la súper vagoneta que maneja Bequita, la Cleme suspira por la nostalgia de un pasado muy cómodo y si bien hoy disfruta de su condición de pasajera, al mismo tiempo sufre la obligada e insuficiente jubilación de su padre.
La que completa esta curiosa tríada es Luz María que no es muy distinta a Clemencia. Bah, tiene 38 de busto y dos botones menos en su blusa. No levita como la Cleme porque ella lo hace por todas.
Igual que su amiga de clase, tiene un discursito hueco aunque a veces, sorprende y repite con cierta lucidez.
-Antes pensaba en octubre negro y ¿por qué hoy ya no pienso en octubre negro?- En las primeras clases de Análisis de la Realidad alguna vez remató con otra pregunta que descolocó al catedrático:
-¿Cómo habrían sido los años de Evo en la presidencia sin octubre negro?-
La madre de Luz María, Tota, como la llaman sus amigos, pretende ser “progre” de verdad. No en vano le reclama prudencia una y otra vez a Luz María: “Hija mía, la castidad no consiste en dejar de fornicar, simplemente no cuentes todos los detalles a tus amigas”.
Tota quisiera a toda costa reencarnarse en su única hija y extraña sus años en la universidad donde seguía una rarísima corriente filosófica que llevaron adelante sus compinches cuando lo único que hacían bien era ridiculizar al poder y al sistema desde su propia marginalidad. Hoy, ya de corbata, esos compinches trabajan en organismos internacionales y la única marginalidad que mantienen es la crítica ácida al gobierno de Evo, al que le han inventado mortajas, nichos y lápidas llenando el internet de blogs que nadie lee. Tota no es menos porque suele demostrar su inoperancia, como cuando se disfrazó de ideóloga y citó a... ¡George Bush!
Tota nunca se casó, pero a cambio de vender una porción de su honor comprometió al padre de Luz María para que se encargue de llenar la ausencia de figura paterna con euros lo que no fue difícil: durante cuatro años estuvo en Bolivia como embajador y luego en un importante cargo de la Unión Europea. Al embajador, Tota siempre le pareció una mujer de poca monta. Es un decir.
Comunicación
Entre las tres “amiguis” hay un par de cosas de común denominador: La Cato, donde se conocieron; y las facetas que muestran en el instante de intentar ponerse las pilas para comenzar el trabajo de redacción: Flojera, desinterés, secuela de mil huelgas del magisterio, compra de notas para hacer juego…Vaya uno a saber.
No tienen ni la más remota idea de algo que en breve van a aprender: los modelos de la comunicación que pueden convertirse en un lenguaje de guerra; la guerra civil cotidiana de las corporaciones; la guerra por el poder de los partidos; la guerra entre movimientos sociales e incluso una ch’ampa guerra entre particulares.
Para su pesar o suerte, durante todo el primer semestre, el catedrático de Actualidad Periodística les ha obligado a leer algunos títulos y notas de la hemeroteca de la universidad que han aprendido de memoria y a las que han tratado como simples relatos anecdóticos y no como historia.
-El orden de una frase otorga un nuevo sentido que explica con claridad el origen de la batalla mediática: dejamos de decir que la historia la escriben los que ganan, si no, que la ganan los que escriben-, dice el catedrático, parafraseando a algún comunicólogo y apoyado en esa tesis exige, exige y exige a sus alumnos escribir, escribir y escribir y no lo ha logrado.
-¿Sabes quien es Luis Arce Gómez?-, preguntó una vez mientras “estudiaba” Luz María leyendo detalles de la extradición del ex ministro del Interior de García Meza desde Estados Unidos a Bolivia.
-Creo que fue primer premio en un concurso al hijo de puta-, simplificó Rebeca.
Desde hace casi un año que las “amiguis” frecuentan los mismos lugares. Hoy, por ejemplo, Rebeca luego de dejar su garzonier, ha abordado su Toyota y ha recogido de la 21 de Calacoto a sus dos amigas y se han metido al Café Irlandés de San Miguel.
En el “Irlandés” el ambiente está groso. Más gente de lo habitual y, por ende, más humo. Alguna vez en este exclusivo punto de encuentro se podía intercambiar un par de ideas, mientras sonaba en volumen prudente, una canción instrumental arrancada de la colección de discos del administrador de algún ascensor. Hoy eso es pasado. Los decibeles del volumen de la cumbia de un tal AB Quintanilla y que hace referencia a un invisible, han sobrepasado la capacidad auditiva de la mayoría de los comensales. Aun así, Bequita, Clemencia y Luz María intentan lo imposible: comunicarse.
-Tres capuchinos-, ordena Clemencia y mirando la polera de Rebeca dice:
-Oye bitch ordinaria, ¿qué te has puesto…?-
-Es “naik” ¿no te gusta?- responde orgullosa Rebeca.
-Nike paraguayo querida. ¿Dónde lo compras?, ¿en la 16 de Julio?- replica la Cleme.
-Limpiate la boca, te está babeando la envidia- viene inmediata la dúplica de la Bequita
La primera vez, el diálogo fue gracioso, incluida la sonrisa de Luz María que denotaba una suerte de placer mientras se contagiaba del airecito de Reina de Saba de la Cleme.
La segunda vez Clemencia hizo referencia a las zapatillas de Bequita que juraban ser Adidas pero que costaba creerles.
La tercera se habló de una agresión al pituitario producto del exceso de espray Dior en envase plástico que usa inocente la Bequita.
La quincuagésima novena vez dejó de ser chiste. La verdad, bastante antes.
Sin embargo, no fallaba. El diálogo se instalaba una y otra vez después del saludo, casi como un rito alucinante entre las fuerzas del quiero pero no puedo y el ya no puedo aunque quiera.
“Había una vez….”
-¡Ya sé… Un ángel que se enamoró de una chica y que le pidió a Dios que lo haga mortal para amarla”! - dice Bequita tratando de retomar la iniciativa y cumplir con la práctica de redacción, iniciativa a la que le aumenta un tono de “lo logré”.
-¿Siempre eres tan cursi?- pregunta Luz María casi con el mismo tono.
-¿Porqué no aportas algo en vez de meter tu cizaña plagiada de la Cleme? - es la protesta de Bequita.
-¿Ángeles enamorados? Y… ¿Dios lo aprueba? - repregunta Clemencia con la ironía de niña educada en familia católica.
-¿Dios…? No sé. ¿A quién le importa? Es mi personaje de ficción favorito pero reconozco que está muy trillado- responde Bequita con la esperanza de un golpe “intelectual” a la nariz de las “amiguis”.
-Haz algo Bequita, gánate nuestro afecto. Piensa, piensa. Nada de esto es gratis- impone la Cleme mientras se señala a sí misma y su tono y volumen de voz ha logrado equipararse al mismo que usaba su madre cuando se disgustaba por el exceso de ají colorado que le ponía a la comida “su” ex trabajadora del hogar cama afuera.
“Ganarse el afecto”… reflexiona en su fuero íntimo Rebeca. “¡Ajá…! conque de eso se trata”. Pero Bequita adivina que no es solo eso. Por ahí se trata también de ganar unos amigos que le inviten a los caporales, a los de San Simón, por supuesto. Por ahí una fiesta en Capotraste o en alguna embajada. Por ahí un novio, un matrimonio a lo grande e incluso un hijo “blanquito” como sueña su madre.
Rebeca de pronto ha comenzado a darse cuenta de que la vida en este su nuevo medio no es sencilla. En cada esquina está agazapada una variada gama de obstáculos y prejuicios propios y ajenos. Pasa con su familia, con el dinero a raudales que le llega no sabe de donde y que en estos casos no le sirve de nada; y pasa también con la amistad e incluso el amor, porque los muchachos que la buscan son siempre los mismos desde hace años y que hacen “la previa” en la Garita de Lima y nunca en “Las Cholas”.
Ahí, en su realidad, en la íntima, sigue instalada la cumbia villera y no Justin Bieber como les gusta a sus nuevas amigas.
Pero el airecito de las “amiguis” tiene esta vez algo de insoportable y Bequita decide con las hormonas.
-¡Ya sé -grita- Había una vez…un par de niñas estúpidas de moral distraída y pierna hospitalaria que no hacían otra cosa que hacer creer a sus padres que estudiaban, cuando en realidad nunca lo hacen y sólo se dedican a joder, chupar, tirar sin condón, fumar como putas presas, gastarse la plata de las pensiones en marihuana y hacerse manosear en los pasillos con los ayudantes y así obtener sus notas. Ah y algo más, manguearle todo a su nueva amiga! ¿Querían una historia original? ¡Ahí la tienen, pendejas!”.-
Listo. Esito sería. Rebeca ha decidido apostar todas sus cartas contra las dueñas del mazo. El ambiente de tan denso parece gelatina. Luz María, recordando los consejos de un par de libros de autoayuda que le prestó su madre, intenta concentrarse en lo positivo y dejar a un lado la cantidad de blasfemias que ha proferido Rebeca. No puede. Ambas, Clemencia y Luz María han percibido una actitud en Rebeca que hoy, mana rencor. No es la Bequita. No es la chica sumisa a la que han conocido un año antes y a la que habían decidido adoptarla, pero sin el coraje, la visión, ni siquiera la inteligencia para poder por lo menos disfrazar su utilitarismo. No es la Bequita que las lleva y las recoge en el Toyota Prado, ni la que a toda costa quiere imitarlas en su estilo de vida, sin mucho éxito.
A pesar de la bulla del local, el silencio entre ellas se hace insoportable. Cada una busca su propio horizonte sin comprometerse con nada.
Clemencia está pensando en lo que ha escuchado. Por un momento no cree en la reacción de Bequita. Piensa que es una de las respuestas estudiadas que de memoria suele repetir su amiga. Sin embargo, hay algo que no engrana y decide que la afinidad de su pensamiento debe estar hoy con los cínicos, más que con los escépticos y reflexivos.
Entonces mira fijamente a Rebeca y reacciona:
-No... .mejor comenzá así: Había una vez una imilla advenediza atenida a la plata del contrabandista de su padre y a no se qué artículo de la nueva Constitución que le permite hoy ciertos derechos que nunca tuvo; que se hace la virgencita de pueblo cuando está más trajinada que el patio del kínder Macario Pinilla y que nunca, pero nunca, podrá ir más allá de lo que se lo permita el sistema. ¡Pendeja!”-
-Sí…-acepta inmediatamente Rebeca que no ha retrocedido ni un milímetro - pero pongamos a estos tres personajes juntos. Así completamos la historia de los privilegios perdidos, las licitaciones amañadas, las comisiones por carreteras que nunca se hicieron, los pluses, los gastos reservados y el final de una historia de los que se sentían dueños de un país que ahora les ha dicho ¡basta carajo!-
-Si, pero hay que hacer una referencia al mal chiste del cambio. A los linchamientos, a la tomas de tierras, asesinatos en Santa Cruz, los nuevos ricos, la vieja corrupción y obviamente querida…al narcotráfico- aporta Luz María con todo el sarcasmo que puede reunir.
-La masacre en Pando y la humillación a los campesinos en Sucre- Contraataca Rebeca
- Y no te olvides de los pisa coca - Aúlla Clemencia
-Sí…y algún jefe de policía que lleve la “merca” a Estados Unidos vía Chile- refuerza Luz María
-O alguien que se muere, sentencia Rebeca.
- …………
-………….
-La cuenta. Pide Clemencia sin dejar de mirar los ojos de Rebeca
-Separadas por favor, agrega Rebeca con la misma mirada desafiante.
Han percibido que ha pasado un siglo entre el pedido de la cuenta y su llegada a la mesa. Cuando la realidad retorna, sin mayor trámite cada una pone un tercio de la misma.
Al alejarse Rebeca por su lado y Luz María y Clemencia por otro, se dan cuenta muy tarde de que la factura que les pasaron, tiene un detalle distinto a los capuchinos que pidieron.
Acababan de pagar una cuenta enorme por algo que no les correspondía.
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