Sólo faltaba que el maestro de obras terminara con el entarugado del piso de madera que haría conexión con el alambique con el que preparaban el delicioso pisco, que al destilar, emanaba la fragancia de sus mejores cepas.
Esa tarde era el Festival de la Vendimia, donde se reunían pobladores de todas las clases sociales a cortar racimos de las parras, saborear el jugo de los frutos de uva que parafraseando al poeta alguien anunció “que mientras las uvas lloren ellos beberían de sus lagrimas”, visitar las bodegas, preparar el corso y la elección de la reina terminando en una fiesta general era tarea de todos.
Los técnicos trabajaban en la megafonía para darle el marco musical y especialmente interpretar melodiosas marineras para que bellas y
gráciles mujeres bailen con los caballos de paso.
Don Vicente Scorza de la Gala, el principal mayordomo del evento sintió el urente dolor en el brazo cuando un pequeño cohete pirotécnico escapó del “castillo” que preparaban para la noche. Miró la quemadura, el rostro desconcertado de los trabajadores, el temor de los acompañantes de que cancele la fiesta tan esperada.
-Las tradiciones no se suspenden por una puta ampolla que a lo mucho necesitará de un injerto- los tranquilizó adivinándoles el pensamiento- al momento que ingería una copa llena del fino licor.