Incluso el sol rojizo que se colaba entre los árboles le ocasionaba una tristeza inmensa que le afligía en sobremanera, todos sus pensamientos iban dirigidos principalmente hacia una imagen suya tirado en el suelo, sin vida y con los ojos blancos mirando hacia la nada, esa mañana Donatello estaba muy deprimido…
Imaginaba lo fácil que sería terminar de una vez por todas con su monótona existencia, cómo sería el mundo sin el, soñó esa noche con su funeral y con las personas que asistían a el, había despertado luego de un intenso sudor que le congelaba la piel. Preparó su ropa, mientras se aseaba en el baño de su apartamento suspiró, “estoy harto”.
Caminó lentamente y sin ganas hasta la parada del autobús que le llevaría a la oficina, se sentó en la banqueta a observar como el mundo gris giraba en su rededor sin un curso aparente, en su rostro se dibujaba la cara de la soledad y el olvido, recordó cómo cuando había sido un estudiante de preparatoria se había convertido en objeto de burlas tras afirmar que era la mismísima reencarnación de Alejandro Magno, en verdad le seguían llagando d
al alma las risas y la cantidad de apodos a los cuales había tenido que acostumbrarse. Tras el incidente, Donatello se había convertido en un personaje solitario que buscaba a cada instante el sordo sonido de la soledad, pero en estos últimos días era cuando más perdía tiempo soñando con un cómplice en su vida, no era que le importara mucho tener pareja, pero necesitaba charlar con un verdadero amigo.
Sacó de su bolsillo el reproductor de CD, no lo hacía para escuchar música, sino para no escuchar al mundo, su mente estaba tan íntimamente relacionada con los objetos viejos, la tristeza y la soledad que ésta nostálgica combinación comenzaba a acarrearle conflictos cada vez más intensos consigo mismo.
El camión se detuvo justo frente a él y antes de poder subir un dedo del pie en el escalón un hombre gordo y sudoroso que llegaba corriendo le empujó para poder pasar primero, Donatello se molestó, pero no dijo una sola palabra, ni siquiera un gesto de inconformidad pudo dibujarse en su semblante apática. Buscó el lugar más retirado del autobús y allí se sentó, mientras recargaba su rostro en la ventana un hombre notoriamente malhumorado se sentó a su lado y comenzó a discutir con alguien a quien llamaba desde su teléfono celular, por cosa de accidente Donatello fijó su vista en los ojos del hombre y este le refunfuñó iracundo —¿qué me ves pendejo?— la mirada del joven asumió una nueva posición y con la cabeza agachada le respondió —Nada señor, discúlpeme—. Tanta sumisión le pareció patética al resto de los pasajeros y tras sus espaldas sentía las miradas y las risas de las personas como dagas que le apuñalaban por la espalda.
Mientras el transporte avanzaba por las calles con particular velocidad un niño sentado en una banqueta le señaló con el dedo y le “rayó la madre”. Donatello pidió su parada, el autobús se detuvo tres calles luego de su aviso y le dejó envuelto en una nube de humo frente a la plaza, pensó muy seriamente sobre si debía seguir con su trabajo en esa desordenada oficina financiera, de hecho, pensó si debía seguir con su vida, una oscura semblante se dibujó en sus ojos, observó el movimiento de los vehículos que pasaban frente a él, sería tan fácil simplemente avanzar hacia la autopista sin voltear a los lados… Se sintió triste y solitario, la pista que tocaba en su reproductor terminó y el ruido de los automóviles era semejante al ruido de un río —Lo haré— dijo en voz alta.
Incluso el sol rojizo que se colaba entre los árboles le ocasionaba una tristeza inmensa que le afligía en sobremanera, todos sus pensamientos iban dirigidos principalmente hacia una imagen suya tirado en el suelo, sin vida y con los ojos blancos mirando hacia la nada, esa mañana Donatello estaba muy deprimido.
Entonces, cuando más fuertes fueron sus sentimientos de abandono, ella le vio desde el autobús con una sonrisa que iluminaba la oscuridad de su corazón funesto, Donatello sonrió. |