El Apartamento
No era fácil encontrar algún lugar barato donde Roberto pudiera hospedarse durante su estancia en la ciudad, un amigo suyo, a quien no había visto desde sus años de secundaria, estaba ya bien acomodado en un modesto apartamento a cinco minutos de la ciudad, sin embargo, la distancia en tiempo que le separaba de esta vieja amistad, le convenció de buscar un lugar diferente más cerca del centro. Así fue que dio con esa casa, una pocilga donde cucarachas y ratas habían hecho ya desde antes sus propios apartamentos, en cuya habitación mi compañero fue protagonista de una singular historia.
Dos días después de haber ayudado a cargar sus pertenencias hasta el apartamento, supe que había escapado a altas horas de la madrugada, dirigiéndose a la casa de su antiguo compañero de secundaria, según él, huyendo de un ente que le atacó en cuatro ocasiones distintas, dos de ellas de manera física, las otras, por medio de pesadillas. Interrogué a Roberto sobre su decisión tan precipitada, ya que como él siempre alegó, esas cosas son fantasías para asustar niñas, la irónica respuesta que di ese día a su afirmación de tiempos anteriores logró borrarle del rostro esa sombra de gravedad, entonces pude saber lo que pasó aquellas dos noches.
Según él mismo me confesó en aquella charla, la primera noche que estuvo en el departamento, luego de una exhaustiva jornada de trabajo y desgaste físico por motivo de la mudanza, cayó rendido en la cama ofreciéndose plácidamente a los brazos de Morfeo, siendo esta una mala manera de crear una metáfora, teniendo en cuenta que aquello que ocurrió en su sueño no fue para nada una experiencia grata, al menos hasta que dentro de su absurdo e incoherente sueño, un temor inexplicablemente atroz se apoderó de él, haciendo que su piel se fundiera con la ropa por medio de aquél sudor frío en el cual, al despertar, se vio empapado.
Pues bien, este fue el sueño: una vez dormido, sin recordar cómo, que es lo más común en la fantasía nocturna, se encontraba dentro de una camioneta donde un pequeño grupo de hippies se amontonaba hombro con hombro, según me contó. La camioneta era una furgoneta donde además de estas figuras típicas del movimiento de los sesentas, había una mujer de aspecto por demás regular, es decir, de rasgos comunes y no muy atractivos, sin embargo, la mirada de ésta fémina de ropa anticuada se fue clavando poco a poco en la de mi compañero, haciendo de éste peculiar sueño una extraña pesadilla, pues aunque la mujer no mostraba deformidad física alguna, o agredía a Roberto, algo en su mirada le perturbó sobremanera petrificando su alma. Los ojos de la chica se clavaron en la sensata inconciencia del huésped y se apoderaron de él obscuros temores. Será difícil para mí explicar su horror, pues aún a él, excelente narrador y quien además vivió lo antes explicado, parecióle imposible describir el pánico que se adueñó de su quimera.
Al despertar, la extraña mirada de la mujer continuaba en su mente tan fija, escalofriante y fresca como en aquél sueño infame de horas antes. Le habría dado poca importancia a este suceso onírico de no ser porque ya entrada la tarde, antes de retirarse al trabajo, la puerta entreabierta se azotó fuertemente sin necesidad de algún empuje físico, intentó analizar de manera lógica lo que había pasado, no obstante, fue imposible encontrar explicación alguna para este fenómeno, en ese instante, sintió como algo invisible se moviera en la habitación.
Intentó no dar más importancia al asunto de lo que ya había dado y recogiendo sus herramientas de trabajo, salió inmediatamente cerrando tras de sí la pesada puerta de madera. Nada importante pasó aquél día, al menos, hasta que llegó de nuevo al cuchitril; agotado como pocas veces, se dejó caer nuevamente en cima del colchón, en medio de la única habitación, para intentar dormir toda la noche, y no mal digo intentar, porque por segunda y última vez, su descanso se vio frustrado por aquella fémina misteriosa.
En esta ocasión, Roberto soñó que realizaba un acto sexual con una mujer cuyo rostro no pudo ver en ese mismo instante, dado el caso que ésta se encontraba de espaldas a él. Repentinamente, según sus propias palabras, antes de consumar completamente el acto carnal, ella giró su rostro y, una vez más, aquellos ojos inolvidables y asquerosos se fijaron en los suyos, tal fue el espanto de mi compañero al ver de nuevo aquel rostro que, despertando con los latidos del corazón palpitando en su boca, llamó inmediatamente a su viejo amigo de secundaria para pedir posada en su apartamento. Aquí sucedió entonces el segundo ataque en su contra, cuando al cortar la llamada y dejar su celular sobre el pequeño buró junto al colchón, todos los libros que tenía colocados en éste, volaron con violencia hacia donde él estaba ahora acomodando sus pocas pertenencias dentro de una mochila. Las ventanas se abrieron de par en par y la luz, que hasta ahora no había manifestado problema alguno, se apagó por completo dejándole en la más siniestra e inexplicable obscuridad. Eran las tres de la madrugada cuando con incontable prisa, reunió todo cuanto encontró a simple vista con intención de “abandonar, cual Elvis en decadencia, el edificio”.
Eché a reír un rato mientras escuchaba aquella comparativa extraña y peculiar historia, sin embargo, aún así, me pareció cosa extraordinaria, y no porque no crea en este tipo de situaciones tan referidas, sino porque jamás había estado tan cerca de un testigo en primera persona de algún hecho sobrenatural de aquél nivel.
Le pregunté que fue lo que pudo rescatar como prueba de aquel suceso tan extraordinario y luego de pensarlo durante algunos segundos, me dijo: “la llave, tengo la llave del apartamento, la guardé porque el infeliz casero no quiso devolverme todo el dinero, planeaba usarla para causar destrozos dentro”. Dicho esto, me prometió llevar hasta mis manos la mentada llave y, una semana después, me apoderé de ella. Aquí, sentado mientras escribo este peculiar relato, tengo guardada la pieza de bronce en mi bolsillo trasero con la firme intención de usarla alguna noche. |