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EL ALEMÄN

Venia casi todos los lunes, como un relojito; nosotros vivíamos en un contrafrente en el septimo piso de una Avenida de apellido ilustre; cuando yo sentía el timbrazo sobre el piso seis, sabía que era el alemán que se acercaba despacito con sus bolsas y frascos que traía para vender, su voz gruesa y ese acento raro del que nunca me voy a olvidar. Mamá lo recibía con gusto, no era para menos, ya que sus precios eran convenientes y la calidad óptima. Su producto mas cotizado era la manteca casera a la que él pronunciaba “mantega”.
Me encantaba abrirle la puerta a mi, porque sabía que a él le gustaban los niños, y yo me esforzaba siempre por mostrarle un juguete nuevo. Tendría sesenta años, era alto y flaco, ojos bien claros como de lince, pelo rubio y una pera puntiaguda que hacía juego con su sonrisa…. era alemán, no lo podía disimular. Se las ingeniaba para traer toda la mercadería en sus brazos y que según él, eran de su propia cosecha, desde quesos hasta los más exquisitos dulces. A veces se quedaba hablando con mamá, tomaba algo que gentilmente le ofrecía mi madre, porque sabía que el alemán andaba de un lado para otro desde muy temprano y además venía desde muy lejos, con la carga a cuestas que iba vendiendo casa por casa.
Era muy poco lo que conocíamos de él, no sabíamos ni siquiera su nombre, pero a mi no me importaba, mientras él jugara con mis juguetes aunque sea unos minutos yo era feliz. Luego de entregar su mercadería, le mostrba mi arsenal de armas ,tanques y soldaditos de plomo y él me traía algún autito nuevo para mi colección, y me decía que no era bueno que yo jugara con armas y soldaditos, a lo que mi madre siempre asentía y aprobaba desde la cocina.
Me contaba que los juguetes que me traía habían sido de su hijo pero que ahora su hijo se había vuelto a Alemania para estudiar ingeniería cuestión que en ese entonces yo no comprendí. Eran juguetes de metal, irrompibles, algunos muy viejos y desgastados, duros como la vida que llevaba el viejo. Mi madre, satisfecha con los resultados que el viejo había logrado conmigo, se fue deshaciendo de mis juguetes bélicos, los cuales regalaba entre la gente más pobre del barrio. Al final, mi cuarto se había pacificado , sólo había muñecos y autos de colección.
La última vez que lo vi me trajo un juguete muy especial, creo a manera de despedidia, porque se estaba por jubilar y su hijo se lo quería llevar de nuevo a Alemania,así me contó mi madre. Me dijo que lo guadara celosamente en mi cuarto y que no se lo mostrara a nadie; no era un autito ni un soldadito, era como una cruz de metal. La guardé en mi cuarto en un escondite especial que solamente yo conocía. Y le prometí a mi amigo que nunca se lo mostraría a nadie que quedaba como un secreto entre él y yo.
. “Me lo gané en la quinta división” me dijo, antes de irse orgulloso. Yo siempre había creído que era en la quinta división de Basquet, o algo asi, pero supe, muchos años después por un vecino que lo conocía bien, que se la habían dado en la quinta divison del regimiento Panzer, el que peleó junto a Rommel en el norte de África.

GABRIEL FALCONI

Texto agregado el 04-10-2011, y leído por 164 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-10-2011 Buena historía, amena y que se lee co nfacilidad. Me recuerda a mi propio abuelo, pues, al fin y al cabo, yo también soy medio alemán. pielfria
04-10-2011 Personas que entran y salen de nuestras vidas pero quedan grabadas en la memoria. Bien descrito. Ninon
04-10-2011 Es-pec-ta-cu-lar filiberto
 
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