Me enamoré estando casada.
Por eso no pude amarlo, porque la moral decía que una mujer casada con 4 hijos no debía amara a nadie más que a sus hijos. El marido importaba poco en aquel tiempo, bastaba con serle fiel para demostrar que se le amaba.

Recogía a mis 4 hijos en la escuela todas las tardes. Eran demasiado chicos para dejar que se vinieran solos aunque el Oscar ya tenía 11 años.

Entonces lo conocí. Era un hombre recio, alto y con sombrero. Los hombres con sombrero siempre me parecieron más hombres. Tal vez porque mi padre nunca usó sombrero.

Martín era un hombre con sombrero. Hacía una reverencia con él cada vez que me veía pasar por su lado con los 4 niños lloriqueando. Yo me olvidaba del llanto de los niños no más con olerle la fragancia Old Spice que emanaba de él.

Después de casi un año de verme cada tarde y sacar su sombrero y hacer su reverencia al pasar por el cafetín con los 4 niños, por fin me habló:

- Hermosa dama, que tenga usted muy buena tarde.

Fueron sus primeras palabras. Yo asentí como si realmente fuera una dama pero me fui a casa con toda prisa para dejar a los escuincles con la niñera y encerrarme en mi habitación a oler un pañuelo que había dejado caer dos meses atrás y que al volar con el viento me dio la oportunidad de recogerlo una calle adelante.

Empecé a ir por los niños una hora antes de la salida de la escuela. Para poder quedarme en el cafetín con una malta regional y un panecillo mientras Martín hacía presencia. Un año más duró ese ritual.

En mis noches solitarias cuando Astolfo se iba de putas, sacaba el pañuelo sólo para tocarme cada parte de mi cuerpo con él.

Me dio su mano para subir la escalinata una tarde de miércoles. El sol caía en 45 grados sobre la acera y yo con mi sombrilla y mi traje de domingo había ido a recoger a los niños una hora antes. Su olor a Old Spice se me quedó impregnado en las ñatas. Me habló de su vida, de sus negocios, de su interés en la buena educación, había leído a tantos que me sentí inferior, pero eso nunca me preocupó. Ser ignorante e inculta nunca me hizo menos ante nadie. Le hablé de la plantación, de mi madre casi moribunda, de los ciclos de la luna para la cosecha. De quien no le hablé fue de Astolfo. Como él tampoco me habló de Gertrudis.

El primer beso fue como destapar una caja de bombones de chocolate, sabes que son deliciosos, estás loco por comerte el primero, pero no tienes idea de qué contendrá.

Nunca hicimos el amor, por falta de espacio. Nos besamos en aquel cafetín durante 4 años, hasta que mis hijos mayores pasaron a secundaria y los menores fueron a otra escuela en otra colonia.

El día de la despedida le dije:

- Siempre serás el amor de mi vida

Porque decirle un 'te amo' sería como negar a Astolfo y a los hijos que tenía con él. Y yo podré ser cualquier cosa, menos una farsante.

El oficialismo no es reserva de Chávez. Ya lo habíamos vivido con Raúl Leoni en 1963.

Por eso en el tiempo en que me enamoré de Martín, todo el tema político pasó a segundo plano. El oficialismo fue un recurso grato para que ideológicamente las mujeres aprendiéramos a ser infieles.