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besar tu recuerdo pensando que llegas cada noche.
Despierto y el rumor de su cuerpo empapa mis manos, esa mujer me invadió dormido, saqueo mis reservas, incendio mis graneros, esclavizó a mis hombres y violó a mis mujeres. Me levanto y este sudor que me empapa no es mío, sabe a ella; y se extiende como pequeños diamantes, gotas de rocío, constelaciones, símbolos arcanos con los que su sexo esculpe, templa la piedra sumisa de mi deseo. Su cuerpo es fruta madura, reposan mis labios sobre su piel y yo la muerdo y la beso, la deseo y me la invento, la amo y la desgarro, hasta que se abre como una metáfora sin disimulo, y desborda, yo bebo su efluvio voluptuoso, el jugo espeso y dulce que le arranca la mano del deseo, me ahogo en los manantiales de su belleza, hasta que todos los mares de su sexo se extinguen gentilmente sobre mi boca de ahogado. Soy mármol y su lengua es cincel, va rescatando mi desnudes de la piedra informe. Soy Job dichoso, en manos de una diosa furibunda que solo conoce la palabra deseo. Ella es un principio de gozo y yo, demiurgo hedonista, consumo mis días en la dicha de sumerguirme en sus labios de los que soy creador y creación a un mismo tiempo, a la vez pincel y mano de la perfección. Para cuando llega el día, y su sexo de vendaval desaparece a través de mis sueños, (valles eternos donde ella es diosa, vampiro, y su sexo es un sol infinito que baña todo con su luz, y mi sexo son miles de adoradores, como espigas de trigo que florecen y mueren al ritmo de su lujuria) me queda el recuerdo inconfesable de lo que deseo de tan febrilmente de esa mujer, de la noche infinita que todavía no llega, y me queda su aroma, demonio-fantasma, mujer imaginada que me consume de amor y ansias. El contorno de su figura ha entrado furtivo, a través de esa ventana que mi inconsciente le abre todas las noches, a través de esa cama etérea en la que penetro la belleza sin limite de su cuerpo sin amarras, y entonces su figura, se hace filtro para leer el mundo, silueta sexual que me posee y me repele con la misma fuerza con que yo deseo el sexo santo que reposa en el altar de sus piernas, entrar en el, y desaparecer en sus aromáticas costas, como una ola rompiendo incesante en la tierra, como un pez, ser un instante una figura, y luego, desaparecer entre sus abismos, como un zorzal, inventar su figura que es mía, sus senos desnudos como dos pilares cobrizos, monumentos eróticos. y esos labios, suyos tan míos, rojos, rojos como un sol que se extingue, sobre dunas de nácar y oro. y sus piernas, vertical obsesión que me consume, me arrastra, como un vértigo que me rechaza del suelo, siempre llevando mi pensamiento, mas rápido, mas fuerte, mas arriba.
hasta reposar sobre los campos de su sexo, y devorarnos sin clemencia, sin remedio. como una guerra que no detendremos hasta que el fuego del gozo abrase sus mejillas, y le arranque gritos de desesperación y deseo.

Texto agregado el 01-10-2011, y leído por 94 visitantes. (0 votos)


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