De todas las iglesias, las inquisiciones
iluciones, intuiciones, instituciones
la que menos comprendo es la del errante, voyante perdido ser humano:
el YO emergente de entre mi apretado cuerpo.
Ayer vi el espacio eclectico
rodeando mis bordes a veces "imprecisos"
me mordían las hormigas
que llamé hormigas
por temor a los bichos, algunos siniestros.
Las tenebrosas proezas de noches enteleridas
que creí vivir
me durmieron de las siempre inovadora
realidad de los cosmos,
(ahora) los sueños crecen en mis viviendas agitadas
magullando, apenas, los gitos interiores,
los universales
más proximos a mi sombra boreal
que a mis propios pies;
si alguna vez tuve pies llamaron estos a los mares
y nebulosas afrodisíacas
y si no los tuve
¡sin duda escribí poesía!
El pobre naufrago se peina y se pregunta
¿Que dirán de mi cabellera los peces del atardecer?
(cuando su cadáver forme parte de los paisajes del fondo del mar).
Ajeno entre las bestias,
los acrobatas y las aglomeradas manifestaciones
¿Deberé comerme las uñas para no molestar
o he de correr directo a los brazos de una amada perdida?
Ayer encontré deambulando a dos amigos
que nunca se vieron y nunca se verán,
lloramos las enemistades desoladas,
comimos de la arena,
arrancándole fragmentos al reloj de la vida,
tendimos nuestras esperanzas,
las dejamos secar a las noctambulas
melodías universales,
intercambiamos papeles imperecederos,
languidos rituales,
sorisas arcaicas,
hasta que mis huesos de piedra y madera terrenal
me dejaron flotar
(un poco más verde)
en el mundo,
en el mundo, en los a veces volátiles,
en la sorisa misma
vestida de rojo con sus zapatos negros;
y me senté a contemplar al antropo
(¡Al ANTROPOJORGE!)
y al simple caos
desde mi enraizado craneo.
Hoy mi alma vibra
mañana es un quizás con sabor a latidos,
palabras y politas insinuantes.
J. M. |