sentado en un café dialogaba con un viejo amigo... nada parecía sorprenderle hasta llegar al punto de la muerte... la soledad es sinónimo de vacío, me dijo... no, respondí, es mi más fiel librero... sus ojos quedaron llenos de nudos y golpes intelectuales cuando volvió a preguntar acerca de la muerte... le dije que la muerte tiene sus propias preocupaciones que no me conciernen, que la vida es mi leal compañera, la soledad mi cuarto desnudo y que si bien tenía algo así como el quijote en mi alma, podría ser algo más que una vela en un mundo lleno de sombras... agregué que el amor es como el fuego, enciende corazones y les llena de pasión cuando se cierran los ojos de la conciencia... que mi vida es mi libro encendido, que todo cuanto digo son mis letras libres, como el ave en el cielo... yo seguía hablando y me sentí como si fuera el mesías... la gente a nuestro entorno miraban de reojo a mis ojos llenos del fuego del amor, que iluminaban sus almas haciéndoles danzar ese bicho enjaulado llamado curiosidad... y cuando el café quedó sin más nadie que mi amigo y yo, pagué la cuenta y salimos por la puerta, no sin antes decirle algo que nunca antes había escuchado salir de mis labios... todo cuanto he hablado no son mis palabras, son de aquel que va y viene de alma en alma hasta tocarlas y unirlas como una guirnalda... nos dimos un apretón de manos y le vi partir... quedé solo en una esquina de la calle, mirando un cielo sin estrellas, tan solo mis ojos llenos de paz ardían en un universo lleno de amor...