Había luces. Luces por todas partes. –Que noche tan mágica- Me atreví a pensar. Londres jamás se había visto tan vívido, como si de pronto todos decidieran estar en el mismo lugar, con el mismo propósito. Miré mi reloj: 11:37 y lo quedé mirando unos segundos, como rogándole paciencia. Como pidiéndole al tiempo que se tomara su tiempo.

Habían unas cuantas estrellas. Había música. Tu sonreíste al escuchar una que era de tu agrado y yo sonreí de vuelta, a pesar de no tener idea de que canción se trataba. Y paseamos. Paseamos por el centro sin apuros, tan sólo a la disposición de un destino impreciso, caprichoso. Risas, una banda tocando jazz.

Y fue ahí cuando me di cuenta que jamás me había gustado tanto un vestido como el tuyo, que jamás me había gustado tanto sonreír porque si, por el simple hecho de estuvieras conmigo y con nadie más.

Y aventuraste a coger mi mano sutilmente, como restándole importancia, cuando en verdad sabías que si había algo que importaba en ese momento, eras tú. Pero mirabas orgullosa al frente, y tus ojos alojaban un brillo que jamás olvidare.

Y entonces sucedió. Entonces fue cuando pensé que no me importaba, ni siquiera un poco, morir en ese preciso instante junto a ti.