El Apocalipsis, tantas veces anunciado,
sobrevino silente, artero .

Nadie sufrió, nadie se dio cuenta,
si el mundo se ha acabado tantas veces,
ni los pájaros, ni el gallo, ni las mariposas,
cadáveres inadvertidos, revoloteando su muerte,
la gente se desplaza por las calles soleadas,
no imagina que la parca se solaza
bajo sus atuendos a la moda.

Cadáveres saludables, sonrientes,
entrecruzándose en las avenidas,
cementerios sobrepoblados
de gente que sueña todavía,
sin embargo, todo
ha desafinado una octava,
nada suena igual, la melodía más dulce
ahora es un amasijo lúgubre.

La muerte se ha cernido por fin
sobre esta esfera maliciosa, nada reina,
sólo la sospecha absoluta de que la muerte,
es la encarnación de un capricho pernicioso.

Cuando caiga la noche, se darán cuenta
en el silencio profundo de las sombras,
que sus corazones laten como tambores
redoblando a muerte, se cubrirán sus oídos,
nada espanta más que ese rumor.

La muerte reina en nuestros corazones
aunque jamás nos demos cuenta…