La cubrieron de besos durante
toda la infancia, porque era
bella y las cuerdas vocales
soltaban un sonido como de nota
fresca,

las nuevas hegemonías entraban en pánico
refrenando la guerra en sus
pómulos celestes,
dolores desconocidos que
de vez en cuando eran necesarios.

¿Quién dirá que el amor
era apetecido por esas suaves víctimas
del desdén corrupto y la desaprobación
de la carne humana?

No hay que llegar muy lejos para
encontrar los árboles trepando
por sus piernas, haciendo aflojar
la sonrisa como dos higueras llenas
de vientos morados.

Las tropas marchan a su alrededor
como ondeando en la historia de este
cuerpo, intentando desgarrar,
atravesar,

descuartizar los pellejos de
su mirada.

- Los llenaremos de cemento, me
siento mal visto cuando la vieja me mira.

Y taparán sus pechos dulces con
piedra gris, de modo
que no pudiera amamantar más a sus crías.

- Llenaremos de postes de cableado su
cuello enfermo para que no pueda digerir la
sonrisa agria que me acongoja: me asusta.

Y plantaron rosales artificiales sobre su cuerpo
bendito, la vida con ellos acabó
vertiéndose en un artefacto de sonido,
en una televisión con novedades arbitrarias,
en lo que quisiera la gente:

secadores,
planchas,
lavadoras,
hervidoras...

Y viene, como un avistamiento de su dolor,
la nube a posarse sobre sus ojos celestes
de tanto mar, de tanto río, de tanto suspiro
lleno de temor.

Y las lágrimas acuden a ella, la que fue amada,
la que espera ser un mundo nuevo,
con palomas pequeñas que laven su
corazón de tierra amarga.