¿Cómo sabré qué es él?
Mis pasos marcarán el rotulado sendero
de su voz, y se sostendrán como
marcapasos
de la imaginación.
Los ojos caeran entre las imágenes delicadas
de su respiración, yo,
sin conocerle,
apretaré mi mano contra el ventanal
que me separa de su boca clara.
Mi amado, dirán los recuerdos, mi amado.
Cogeré las flores del sendero que
sus pies marquen al correr,
como si flotase, por sobre el camino de
cemento agrio. Las noches
serán sembradas de rosas en el cielo
con su mano oblicua a través de la ventana de las
estrellas.
Mi amado, sonarán las colas de las
serpientes de cascabel, mi amado.
Saldré a regar las sonrisas secas de
las calles tan sólo por contemplar sus férreos
ojos de vela apagada, de su mirada de
pólvora estallaran risueños miedos
de un futuro incierto. Yo consolaré
las bocanadas de humo de su voz
y apretaré
la boca como una marmita, ante el fuego
crepitante de querer sentirme alguien.
Mi amado, ¿quién serás?
Me sentaré ante la ventana sellada
de la pregunta, siempre con las piernas
juntas, emulando el momento de
la dura separación, siempre pintada de
azulejos sexuales,
de empujones de la carne, pero le buscaré
porque el mar que nos separa
es más importante que la guerra de tu alma y
la mía, que la víbora en medio
de tu nariz y la mía.
¿Quién serás, mi amado? Preguntaré
ante el canto de las sirenas.
Entonces me arrodillaré ante mi amado
y las palabras se volverán agua:
¿quién las necesita?
El querido de mi corazón tocará
el aire
y para mí las vibraciones de su sonrisa
serán únicas,
nadie le reemplazará porque
en mi interior sólo está el
espacio verde arrancado por el mito:
en mi interior sólo estará el reflejo de los
azulejos anhelando la reestructuración de
las miserias divinas. |