-Eres extraña- Me dijiste una vez. Y sonreíste. Fue entonces cuando pensé que nunca iba a olvidar ese día. Pero ahora que lo pienso, no lo recuerdo. No recuerdo a los columpios balancearse con el viento, no recuerdo el césped seco en el que nos sentamos, no recuerdo los regadores de agua con que nos mojamos. Tampoco recuerdo el árbol al cual subimos ni recuerdo lo que me dijiste al oído. Mi memoria está jugando trucos conmigo otra vez y otra vez no lo entiendo.-Es el mejor día de mi vida.- Dijiste aquel día en el parque. Mientras mirabas el cielo yo miraba tu mano preguntándome como sería tocarla. ¿O eran tus labios? Luego, te volviste hacia mí y me apartaste un cabello de la cara gentilmente. Era como una canción. La brisa entre los árboles era un arpa, los niños corriendo por los alrededores eran tambores, las bicicletas en la arena eran guitarras, tus manos en mi pelo eran un piano y tu beso era un bajo; lento y difícil de descifrar pero intenso. Una perfecta armonía.

-¿Cual organillero, de que me hablas?- Tus ojos no eran los mismos de aquella tarde. Me preguntaba a donde se habían ido, si no estaban muy lejos de aquí.

Y fue cuando recordé que fue lo que me susurraste al oído. –Esto es un sueño.-

Fijé la mirada en suelo avergonzada.
-No me hagas caso, soy extraña. Lo siento- Le dije aun mirando el suelo.

-Te lo dije.- Dijo esbozando una sonrisa.